miércoles, 24 de abril de 2013

Abecedario

El domingo por la mañana leyó A. un artículo en el que se afirmaba que caminar es sanísimo. Mucho más que correr de aquí a Lima. Y tanto le gustó ese texto que, por la tarde -ay, las tardes venenosas de los domingos-, cuando se fue P. a patinar, me anunció solemne y sin derecho a réplica:

-Ahora vamos a irnos tú y yo a dar una buena caminata...

Como no aprobó la ropa que yo había escogido -básicamente la misma que llevo por casa-, fue hasta el armario, me vistió de "hombre decathlon" y ya nos salimos al melancólico domingo vespertino.

Al salir del portal le pregunté a A. que si no se había fijado en el espejo del ascensor, que a mí me había dado la impresión de parecernos a los del quinto, una de esas parejas maduras que salen las tardes ociosas a comerse las aceras, y caminan con una energía y una determinación que yo, la verdad, estaba lejos de tener.

-A mí esas gentes me dan hasta miedo- le confesé.- No creo que pueda estar a su altura... Y además vamos a parecer mayores...

Me recordó A. que seguramente gran parte de esas parejas son más jóvenes que nosotros, y comenzó a caminar como si tuviésemos un destino.

-Ya verás qué bien nos va a sentar este paseo...

No habríamos dado ni diez pasos cuando, en la primera esquina, tropezamos con A. Se sorprendió un poco al vernos tan deportivos. Le explicamos lo del artículo y charlamos un rato. Nos despedimos con grandes cortesías y, a los veinte pasos contados, en la esquina siguiente, nos encontramos con B., C. y D. Mantuvimos con ellos una conversación semejante a la anterior y volvimos a arrancar.

De nuevo en la ruta, avanzamos unos metros y giramos a la izquierda, hacia el Parque Lineal.

Estábamos a punto de alcanzarlo cuando distinguimos a E. Estaba dando un paseo con el perro y el transistor, escuchando el partido del Alba. Repetimos conversación, aunque aproveché, para darle variedad al discurso, que deberíamos estar los tres en casa, por aquello que decía Pascal de que todos los males le vienen al ser humano por no saber quedarse en su cuarto tan ricamente. Y que por andar por ahí, podía, en un descuido, perdérsele el perro a E., y al Alba su partido, y a nosotros atropellarnos un coche, por ejemplo...

Me miraron espantados pero no dijeron nada. Nos despedimos de E.

Deambulamos después un rato por uno de esos paisajes truncados que ha dejado la explosión de la burbuja inmobiliaria -bloques de pisos medio deshabitados y solares rodeados de aceras y farolas pero llenos de zarzas-. Andaban también por allí F. y G., también disfrazados de deportistas. Son grandes partidarios de estos paseos. Mientras hablaban con A. de los grandes beneficios de esta peripatética actividad, no dejaron de dar saltitos ni un momento. Me pusieron de los nervios. Les conté también lo de Pascal y la posibilidad de morir atropellados y nos separamos al fin.

Luego fue H., que venía de vistar a su padre, y más tarde, I.,  J. y K., que se iban al cine; y en la glorieta L. y Ll., que después de todo el día en casa habían salido a que les diese el aire. Ya en el paseo, nos paramos con M. y con N. y muy cerca de casa con O., P., Q. y R. que acababan de llegar de la playa. A S. y a T. los encontramos en el portal, y en el ascensor, que subían del garaje, coincidimos con U., W. y Z.

Entramos en casa agotados.






1 comentario:

  1. Yo los domingos por la mañana me visto de ciclista que es la ropa mas patética y humillante que un caballero puede lucir, solo le sienta bien a los figurines. pero nadie me obliga.

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