Cuando parecía que ya se había retirado el invierno, en una pirueta inesperada y repentina, aquí lo tenemos otra vez.
Fue primero la lluvia, una lluvia que se anunció en el olor a tierra mojada que nos asaltó la tarde del viernes al bajar del coche, en el aparcamiento del supermercado. Pensábamos que ya no la íbamos a ver hasta dentro de muchos meses, como a un pariente que hubiese emigrado. Nos habíamos despedido de ella con una rara mezcla de alivio y nostalgia anticipada. De alivio, por lo mucho que nos ha visitado este invierno; y con nostalgia, porque sabíamos que esos días luminosos de cielos huérfanos de nubes, limpios y azules, acabarían también, al repetirse cada día, por cansarnos. Y que no tardaríamos en echarla de menos.
Pero no. Aquí está otra vez. Y no solo eso. Sino que ha llegado acompañada de un frío antiguo, que creíamos también definitivamente desterrado.
Y ayer, cuando volvía a casa con el periódico y el pan bajo el brazo, de pronto, la nieve. Unos copos tímidos, menudos y muy suaves. Polizontes en la mañana de abril. Al caer sobre las hojas verdes de los árboles, recién nacidas, se levantaba un murmullo muy dulce, como conversación de novios... Nos quedamos un buen rato allí parados, escuchando lo que se decían. Lamentablemente, duró muy poco esa fantasía. La nieve se transformó en agua, como Dafne en laurel, y se volvió monótono y vano lo que se decían el agua y las hojas. Nieve de abril, ¿adónde has ido?
(misiglo.wordpress.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario