No diré que fue como lo de la tita C., pero cuando ayer nos asaltó, desde internet, la noticia de la muerte de este actor, nos quedamos un buen rato bien tristes y conmovidos.
Fueron muchos meses, capítulo a capítulo, los que compartimos con él, o mejor que con él con esa creación suya prodigiosa, Tony Soprano, un tipo del que, de haber sido real, nunca se habría hecho uno amigo y al que nadie en su sano juicio habría querido tener cerca. Sin embargo, como ocurre en algunas ocasiones, en el ambiguo ámbito de la ficción lograba fascinarnos de un modo incontestable y sin fisuras.
A Tony Soprano creemos conocerlo mucho mejor que a algunas de las personas que vemos en el barrio cada día, mucho mejor incluso que a algunos parientes y conocidos. Por esa razón será que lo consideramos tan real y cierto, y será también por eso que nos cuesta saber, como sucede a menudo con Cervantes y don Quijote, dónde acaba uno, dónde comienza el otro...
Nos han dado Los Sopranos algunas de las mejores horas de cine de nuestra vida, y para nosotros, Tony Soprano-Gandolfini tiene la complejidad y hondura de los grandes personajes shakespereanos, cervantinos, galdosianos... Es decir, aquellos que trascienden esa naturaleza de personajes de ficción para llenarse de vida. Y esto, a pesar de la muerte, será siempre así. Cada vez que veamos un capítulo de esa serie maravillosa, Gandolfini-Soprano volverá a estar vivo...
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