El sábado por la mañana nos despedimos del hotel, es decir, del dulce muchacho. Seguía picando los tabiques, para lo del restaurante. Un polvillo blanco le cubría los hombros y los alborotados pelos. Finalmente, no hemos estado mal, pero si alguien nos preguntase no se lo recomendaríamos. En el último desayuno, como los chiquillos se quedaban un poco hambrientos, le pedimos más tostadas. No tenía más pan. Luego, cuando ya estábamos sorbiendo los colacaos, apareció otra vez.
-Creo que he cometido un error. Si no os importa tengo que llevarme una madalena y un cruasán, para la abuela, que la he dejado sin desayuno...
Los chiquillos no dijeron nada pero le lanzaron unas miradas atravesadas y torvas, mientras nosotros pensábamos dónde tendría metida a esa abuela, a la que no habíamos visto en los dos días que allí llevábamos. A lo mejor lo del restaurante era mentira y estaba picando para emparedarla.
Luego nos fuimos a Cella. A ver el pozo artesiano. Como en Teruel, debemos de ser los los únicos turistas que han vuelto a ese pueblo en un período de tiempo tan breve.
El lugar es precioso. La piscina y la acequia que de ella nace y recorre todo el pueblo, a los pies de las casas... En una panel de madera ya un poco estropeada por las inclemencias del tiempo, se podía leer: "La Fuente de Cella es un monumento al agua. Este caudaloso pozo artesiano vierte sus aguas a una antigua red de acequias cuyo origen hay que buscarlo cuando menos, en la época medieval. Ya desde sus orígenes ha sido un símbolo de la vida de Cella y motivo de admiración y sorpresa por cuantos visitantes se han asomado a su pretil..." Y continuaba así, con idéntica retórica de pregón o juegos florales...
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