Creo yo que somos los primeros turistas que han vuelto, pasados tan solo tres años, a Teruel. Seguramente se trata de un récord.
Viajar por segunda vez a un lugar es como volver a leer un libro. Hay pasajes que recuerdas claramente, pero de otros o bien te has olvidado por completo o bien guardas una memoria deformada e imprecisa.
Sin embargo, como tres años no son demasiados para una relectura, la mayoría nos han parecido como entonces. Las revisiones necesitan más tiempo. Sobre todo si el libro no es muy voluminoso. De manera que volvió a parecernos Teruel una ciudad pequeña, bonita y descabalada, con esas torres tagarinas suyas, bellísimas, levantadas aquí y allá como pica en Flandes... Una ciudad antigua de negocios decimonónicos y biennombrados: "Alegre. Vinos y licores", "El Fígaro. Peluquería de caballeros", "Discos La Gramola"...Librerías, por el centro solo vimos una, muy pequeña. De los dos escaparates diminutos que tenía, uno de ellos estaba dedicado en exclusiva a libros religiosos, católicos, apostólicos y romanos...
Tal vez nos haya gustado menos que la vez anterior, probablemente a causa de un viento malhumorado y descortés que nos acompañó todo el rato. No debe de ser raro en este lugar alzado entre barrancos. Un aire así explicaría la abundancia de peluquerías -más que bares casi-. Andará todo el tiempo alborotándoles las cabelleras a los turolenses y para no parecer estos locos de atar se verán en la obligación de acudir a las barberías cada dos por tres. También la existencia de una tienda de discos se la achacamos nosotros a ese céfiro. Probablemente ese viento enfadoso no deja que internet funcione como es debido y no podrán las gentes de este pueblo descargarse la música como el resto del país...
Pero será inevitable que traiga la verdadera locura a muchos vecinos. Y será esa la razón principal por la que han construido un viaducto, para que la gente, cuando ya no soporte más el réspice de esas corrientes, si no le vale con la peluquería, se suicide cómodamente...
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