Comenzamos el año como lo acabamos, leyendo a Cunqueiro: "Una piedra quiere dar una representación propia, y lo logra. aunque tarde siglos. Yo suelo ilustrar esta teoría con las estatuas del profeta Daniel y de la reina Esther (...). Daniel está casi frente a Esther. A Daniel lo habrá labrado nuestro Mateo con sereno rostro, con la grave mirada profética, sosegado tras la aventura del foso de los leones. A Esther, Mateo la hizo tan hermosa como era, ensoñando, y con dulces pechos bajo el fino lino babilónico (...). Y al fin Daniel, contemplando la espléndida hermosura, un día -quizá una noche-, comenzó a sonreír, al principio tímidamente, pero luego se le abrió en el rostro una franca y alegre sonrisa (...). Un día, los canónigos compostelanos se dieron cuenta de que Daniel no le quitaba ojos a los levantados senos de Esther. Se corrió la voz y hubo que sacrificar los pechos de Esther, que a mi entender ya empezaba a levantar la cabeza hacia Daniel. Un cantero, un día, se los borró (...). Borraron los senos de Esther, pero ya nadie pudo borrar la sonrisa de Daniel, que sigue algo boquiabierto mirando para allí donde fueron las redondas delicias de la bella..."
Luego vimos un par de capítulos de The wrong mans, que nos recomendó nuestro amigo E. y que es historia que espanta las melancolías y abre sonrisas amplias en los labios, como esa de Daniel compostelano, y hasta, a veces, despierta la sonora, retumbante carcajada...
A media tarde acompañé a P. a casa de sus primas. Iba a mi lado enfadado porque quería ir solo, pero ya estaba anocheciendo, yo soy un padre pusilánime, y ese primer día del año, a esa hora rara de la mediatarde, un día también raro. Efectivamente, solo nos cruzamos con gentes de sábado: figuras solitarias y cabizbajas, y sombras, tal vez esas sombras que han sido abandonadas por sus dueños, de tan usadas...
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