martes, 28 de enero de 2014

La última noche

Primera nochevieja en casa. Antes, lo sabemos por los vecinos, eran noches animadísimas en nuestra finca, con los vecinos gitanos del primero organizando unas zambras monumentales... Pero ahora, al haberse mudado, el silencio es completo, y como no cantemos nosotros, va a ser noche callada...

Por la mañana hicimos las últimas compras para la cena, esas cosas que solo se buscan en estas fechas y por las que luego, el resto del año, ya no preguntamos más: perdices, huevas de lumpo, sucedáneo de caviar, huevo hilado... 

Después de comer dejamos que las horas se fuesen cayendo sin hacer apenas nada porque, al parecer, era irremediable que el año acabase. Y así, cuando al fin salimos de nuestro ensimismamiento, era ya tiempo de ponernos a preparar la cena: los patés, las gambas y langostinos, los quesos variados, los embutidos finos, esas perdices, el huevo hilado... Fue una cena plácida y, sin el cuadro flamenco del primer piso, hoy vacío y ofrecido sin éxito en el mercado de alquiler, sin grandes algarabías...

Como terminamos pronto, antes de las campanadas nos dio tiempo a echar una partida a un juego que le regalaron en Asturias a P., un juego de zombies. A mí me pareció un poco tedioso, y las reglas tan intrincadas que no llegué a comprenderlas cabalmente. Fui el primero en ser devorado por la horda... Terminamos la partida unos minutos antes de las doce. Las uvas, como todos los años, me las tomé con calma, sin hacerle caso al televisor, y terminé de tomármelas diez minutos después de entrado el año nuevo...

Tragada la última y recogido el siniestro juego, comencé el año como todos, leyendo a Cunqueiro: "... cada año o dos mudamos de sombra, como muda de camisa la serpiente o de caparazón la centolla, y la sombra que nos queda corta, o va muy usada de rozarse contra los caminos, queda tirada aquí y allá..."

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