Al hacer el viaje por la mañana, pudimos contemplar el paisaje a nuestro gusto, y, a pesar de la velocidad, disfrutar de algunos detalles: vimos la sidrería El Ferroviariu en Ujo, una casa bautizada Villasola antes de llegar a la Pola, Santa Cristina de Lena, que brillaba al sol como una pequeña, valiosísima joya... El puerto lo subimos como siempre, como hace 200 años. Cuarenta y seis kilómetros en espiral que ascienden 1.000 metros a través de noventa túneles -cuando Alfonso XII lo inauguró, eran setenta-. Se sube como se baja, en zigzag, razón por la cual se tarda lo que se tarda y es posible ver los pueblos colgados de la montaña, y los picos, varias veces, ora a la izquierda, ora a la derecha... Una lección de perspectivismo...
Sin demasiados medios para lo que hoy se estila, el trazado de 1884 se concluyó en cuatro años. Hoy ya son diez desde que se iniciaron las obras: dos túneles rectos de veinticinco kilómetros que traspasan las enormes montañas y serán un paso franco y rápido hacia la Meseta, nos decían... Parece ser que no saben cómo detener las filtraciones de agua, verdaderos manantiales que manan de las paredes de esos túneles modernos. El otro día un trabajador colgó en internet estas imágenes...
Lo más probable es que los paisanos del lugar supiesen desde el primer momento lo que iba a ocurrir. Conocen bien por donde corre el agua, incluida la subterránea. Pero seguramente nadie les preguntó. Y así, mientras los geólogos e ingenieros hacían sus estudios y sus cálculos complejos, ellos movían la cabeza de un lado a otro, fatales y sombríos. Ahora, en los chigres de esos pueblos diminutos, en los bares de Campomanes y la Pola, contarán que ya sabían ellos que esto iba a suceder... Y no será cosa de presunción, sino testimonio verdadero. Esto, en las obras públicas de Asturias, es un clásico, y ha sucedido muchas veces. Los vecinos avisan a las autoridades de que ese es un paso falso, propenso a los argayos, o un lugar peligroso azotado por los vientos, y que no es conveniente abrir el camino por ese lugar, o levantar el refugio en esa majada... Pero las autoridades y los ingenieros piensan otra cosa y no hacen caso. Y al final, la carretera se hunde y el refugio sale volando por los aires...
El caso es que creo que vamos a seguir subiendo y bajando esos cuarenta y seis kilómetros, dando vueltas como un berbiquí, largo tiempo...
Había poca nieve en el alto, tan solo algunos armiños tendidos al sol en los picos más altos... Y ya hicimos cumbre en Busdongo, donde los panes redondos, rotundos, medievales, y desde ese lugar se lanzó el tren alegre cuesta abajo, camino de los abiertos horizontes castellanos... Van pasando los pueblos, las villas, las ciudades (Villamanín, Villasimpliz, La Robla, León, Sahagún, Palencia, Valladolid...) y nos desentendemos del paisaje, monótono, y leemos el periódico (Lindo, Vicent, Carlin, y La Nueva España de la primera a la última página).
En Madrid, una pareja que hace viaje hasta Alicante muestra una y otra vez, en alta voz, su asombro ante el cielo de Madrid que se ve pulido, límpido, deslumbrante... A los del Norte oscuro nos impresionan los campos infinitos y estos cielos azules y luminosos de Castilla... Poco a poco, camino ya de nuestro destino, esa luz se fue apagando muy lentamente: se volvió violeta el azul tan limpio y, sobre la línea del horizonte, de un amarillo limón, se inició un incendio prodigioso que fue apagando el frío de la noche...
Llegamos a oscuras a Albacete. Menos mal que nos esperaba el abrazo de A., su sonrisa llena de luz... Menos mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario