martes, 14 de octubre de 2014

Villa


Nos referimos, claro, no al futbolista emigrante en Australia, sino al sindicalista que durante treinta y cinco años lideró el sindicato minero más poderoso de las cuencas asturianas. Fue, esto lo sabe todo el mundo, mucho más que eso. Fue, durante todos esos años, una especie de virrey de las cuencas y probablemente también el político más poderosos de Asturias, facedor y desfacedor de toda clase de entuertos, alianzas, encuentros y desencuentros, según le conviniesen a él y los suyos.

Los suyos fueron, entre otros, los afiliados a ese sindicato, la mayoría de los cuales se vieron favorecidos por ese poder omnímodo que ostentaba. No es difícil, en mi pueblo, encontrar a alguien que te lo cuente de la forma más natural. Por ejemplo,  un amigo de mi padre, cuando le preguntas por su hijo, te describe sin sonrojo las muy favorables condiciones en las que se haba jubilado gracias al sindicato.

Tampoco es difícil, cuando escuchas cosas como esta, recordar el modo de actuar de los caciques. Aunque en este caso estaríamos ante un cacique obrero, figura que no deja  de resultar bien peregrina.

Como son peregrinas las historias que mi hermano me ha referido algunas veces de este hombre, todas ellas certificadas por gentes que las vivieron de primera mano -mi hermano conoce a mucha y muy variopinta gente-. Historias que no se pueden contar por inverosímiles y exageradas, pero que son, al parecer, verídicas, reales y ciertas.

Hace mucho que pensamos que este hombre tiene una gran novela. La gran novela asturiana. Pero también que sería una novela dificilísima, por esa inverosimilitud que rodea a muchos de los actos menudos del personaje. Una novela que, de momento, está esperando el narrador de talento que la escriba. Una novela como esa explicaría muchas y muy incumbentes cosas sobre Asturias y el país entero.

Según el presidente de la comunidad -hombre apadrinado por este sindicalista-, debemos estar los asturianos muy apesadumbrados y tristísimos ante esta noticia. Saber que ese luchador por los derechos de los mineros guardaba más de un millón de euros en el banco, un millón de euros que no se sabe muy bien dónde los vino a conseguir ni cómo fue capaz de ahorrarlos; saber tal cosa, nos debe deprimir a todos.

No sé a los demás asturianos, pero a mí no me ha provocado ni tristeza ni pesadumbre. Asco sí, aunque no sé si más o menos asco que estos gestos de sorpresa ofendida, de incredulidad traicionada. Si uno, que no dejará jamás de ser un mindundi, sabía desde hace ya muchos años que ese hombre con aspecto de irreductible galo era un déspota que se entusiasmaba con el ruido del oro en sus bolsillos; si un don nadie como yo estaba al cabo de la calle de esto, qué no sabrían ellos, los que sí son alguien allí, de uno y otro partido, los que llevan largos años junto a él, los que han sido apadrinados por él, compartido viajes, comidas y cenas...

Que este señor no era trigo limpio, que manejaba el socialismo asturiano con mano de hierro, que poseía un pasado turbio, todas estas cosas en Asturias las sabía todo el mundo. Más o menos como el caso de Jordi Pujol en Cataluña pero sin tanta algarabía nacionalista.

Por ello, además del asco, lo que a uno le sobreviene es preguntarse por qué ahora. ¿Se han esperado a que esté enfermo y en la cama porque si no no se habrían atrevido? ¿Tan poderoso era? No lo sé. Debería uno alegrarse de que estos abusos comiencen al fin a perseguirse, pero hay algo que nos lo impide y que no es otra cosa que el pensamiento de que tras este vendrán otros escándalos, y que unos irán apartando a los otros de la actualidad, como si fuesen  canciones de moda, y de que no se hará nada que evite que estas indecencias se repitan y, tal vez lo peor, que muchas otras más, tan escandalosas o más aún, quedarán no solo impunes sino en el mayor de los secretos. Aunque sean muchos lo que lo supongan o lo sepan.

PD. Al respecto, nos ha parecido muy revelador este TEXTO, donde se pueden leer entre líneas muchas cosas.






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