miércoles, 19 de noviembre de 2014

Él círculo cerrado (el final del verano)

Y así como lo comenzamos, dimos por concluido el verano: en Úbeda, en la piscina y sin hacer prácticamente nada...

De camino, que nos pilla su pueblo al paso, paramos a saludar a S. Como siempre, se nos fue el tiempo entre risas, historias peregrinas y la contemplación de sus últimos cuadros. Nos avisó de que a finales de septiembre expondría en Albacete y nos enseñó dos de los cuadros que iban a ir a esa muestra (ver crónica); nos mostró también el último disco de Lorena Álvarez, en vinilo, que había comprado por internet y que le había llegado con una nota manuscrita: en una hoja cuadriculada de cuaderno escolar, la cantante le agradecía la compra. Comenzaba, esa nota, así:  "Hola, soy la verdadera Lorena Álvarez y...".  Escuchamos un par de canciones en el precioso mueble-tocadiscos que se trajo de Berlín y luego, en el piso de arriba, sin salirnos del registro musical, nos enseñó el piano que se acababa de comprar (nos confesó, mientras recorría las teclas alegremente con sus dedos llenos de pintura, que no piensa en ponerse a estudiar para pianista, ni hablar de eso, pero que, entre pincelada y pincelada, a veces sube hasta ese salón y hace como si supiese, y que eso no solo le relaja sino que, a veces, hasta suena bonito...).

Ya en Úbeda, una mañana bajamos a visitar San Lorenzo, por ver las obras y mejoras que le están haciendo, y también, por qué no confesarlo, para cotillear un poco en el lugar al que volveríamos, recién comenzado septiembre, para el concierto de homenaje a Sabina donde iba a cantar el primo de A. (Ver crónica). A la salida nos abordó un vecino del barrio. Parlanchín, desenvuelto, como de sesenta o setenta años bien llevados Nos preguntó si éramos turistas. A. le contestó, un tanto ofendida, que no.

-Y entonces, de quién eres - indagó.
-Mi abuelo era Pedro "Mañas", y mi abuela Anita Toral...

Hizo entonces el hombre grandes aspavientos.

-¿Qué me estás dicindo? Pedro y Anita. Claro que los conozco. Si yo viví en la calle Chirinos, dos portales más arriba de su casa...

Y ya se lanzó al relato de aquellos viejos y buenos tiempos. Luego, ganada ya la confianza, nos confesó que era poeta, y que le tenía dedicados muchos versos al pueblo y a sus vecinos más ilustres.

-A Muñoz Molina le compuse una cuando le dieron el Planeta. 

Y allí, en mitad de la calle, mientras le compraba el pan al panadero que acababa de llegar en su furgoneta, nos recitó ese poema de memoria, declamando los versos con la pausa y el cuidado con que tratamos las palabras que nos parecen muy importantes. Nos invitó entonces a su casa, pegada a los muros de la iglesia, y nos enseñó muchos otros poemas que tiene encuadernados con gusanillo, y la carta de Muñoz Molina con la que le contestó la fineza de aquellos versos, y otra de la Casa Real, que también les compuso unas estrofas a los reyes cuando se casaron... Quiso enseñarnos el cuarto donde escribe todas esas cosas. Subimos tras él, por unas pinas escaleras. El cuarto, rectangular y austero, tenía tres ventanas a unos de los paisajes más hermosos que hayamos visto: toda la vega del Guadalquivir, como en un diorama, se extendía a los pies de esos ventanales de VPO, como un gran mar. Y si eso no fuese suficiente, en el horizonte, las sierras magníficas de Cazorla y Mágina... Un panorama inmenso, de belleza apabullante. Yo le dije que con un escanario así, era normal que hubises salido poeta, y que también eso de que me recordaba, esa estampa magnífica, al mismísimo mar...Me contestó entonces con otro poema suyo, donde comparaba las luces de los pueblos, en mitad de la noche , con los fanales de los barcos en mitad de las aguas salobres.

-Desde aquí, los días claros, veo desde Jaén hasta Cazorla y la puerta del Segura...- nos explicó.

Nos despedimos al rato con grandes cortesías, prometiéndole que no dejaríamos de leer sus poemas, que nos había avisado antes que los tiene, además de encuadernados, colgados en internet (ver aquí).

A parte de este encuentro, y de unos tirantes que me compré, no nos sucedió, en esos últimos días de las vacaciones, ninguna otra cosa de mención. Nos dedicamos, por tanto, a hacer lo menos posible. Por las mañana, no muy temprano, íbamos a nadar; por las noches, no muy tarde, a tomar cervezas en las terrazas abarrotadas. En el intermedio, leíamos novelas policiacas, dormitábamos descoyuntados en el sofá, soñábamos con un verano dulce y eterno...

Cuando nos fuimos al fin, el verano inclinaba la cabeza, a punto de ponerse dormir, él también, hasta el año siguiente. Cuando abandonamos el pueblo, quedaba este envuelto en una enconada  polémica a propósito de una bandera gigante, de la patria, claro, que el alcalde ha colocado a la entrada de la ciudad. Pero nosotros no entrabamos, salíamos, y esa bandera gigantesca la dejamos ondeando detrás...

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