miércoles, 3 de diciembre de 2014

Viva Mongolia


Ni sabíamos que venían por aquí, al Saramago. Nos avisaron los cuñados, que también se encargaron de sacar las entradas -los cuñados, a veces, hasta pueden ser benéficos-. Así que dejamos a los chiquillos en casa, con el teléfono de la pizzería del barrio apuntado en un papel y veinte euros en la mesa de la cocina, y allí nos fuimos. Fue el viernes por la noche, bajo la lluvia y salvando un atasco inusual en esta ciudad, provocado al parecer por ese invento del Black Friday... Íbamos un poco cansados, toda la ardua semana a cuestas sobre la espalda. Sin embargo, fue comenzar el espectáculo y se nos desaparecieron todas las murrias y fatigas de golpe, como el agua de la lluvia por las albañales.

Salimos de allí, hora y media después, como nuevos, como recién duchados, con una sonrisa tan ancha que debíamos parecer idiotas completos. Llovía a mares y los del Black Friday continuaban cruzando sus coches en cada esquina. No nos importó. Íbamos por la ciudad ligeros y angelicales, comentando los chistes y recreándonos en esa manera gozosa de decir tanto taco y tanta palabra gruesa... ¡Cómo se lo deben pasar de bien diciendo todas esas cosas de los importantes y solemnes de este país!¡Solemnes gilipollas! -Soy muy influenciable -apenas tengo personalidad- y salí del espectáculo ganado para esa causa del vituperio sabroso que te llena la boca-.

Nos lo pasamos tan bien como debían de pasarlo los campesinos y los siervos de la gleba en la Edad Media escuchando cantar a los juglares aquellas cantigas de escarnio y maldecir. Versos a veces muy salvajes, como el humor de Edu Galán -qué grande, paisano además, de las Asturias de Oviedo- y el más comedido de Darío Adanti. ¡Cuánto nos reímos!





Pero fue mucho más que un desahogo, mucho más que una gloriosa catarsis. Mongolia, el musical es un acto de justicia poética. Que exista un espectáculo así es un signo de esperanza. Si no hubiese gente como esta de Mongolia, estos juglares modernos, creo yo que todo estaría perdido. Afortunadamente, no solo existen sino que tienen la cortesía de acercarse a un lugar como este, la ciudad más populosa de Cospedalland, a hacernos más llevaderos los cuentos que nos cuentan cada día y a hacerle una peineta a la madame... ¡Viva Mongolia!





                        

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