Le da a uno cierto reparo escribir en los artículos de los jueves sobre la cosa educativa. Está uno muy dentro del asunto y tememos no ser ecuánimes. Nunca es cómodo actuar como juez y parte. Además, ya hemos escrito sobre el tema varias veces. Pero por ser este de octubre el primero del curso, no lo he podido evitar, y, tal que esas aperturas tan solemnes que hacen en las universidades, me he puesto el birrete y he escrito lo que sigue, que se ha publicado hoy:
Los hechos
Hace muy pocos días presentó el ministro Wert una nueva reforma educativa. Hay en ella algunas novedades que a nosotros podrían parecernos bien, modificaciones que entendemos justas y razonables; de otras, en cambio, no sabemos qué decir; y por último, hemos leído varias cosas que consideramos inaceptables. Sin embargo, debatir sobre todo esto resulta ocioso porque después de lo que se ha hecho con la educación pública estas mudanzas no son más que fuegos de artificio. Si a usted le queman la casa, inundan su garaje o le arruinan el tejado, no creo que le hiciese ilusión alguna que viniesen luego los mismos que han causado tales desmanes a hacer de decoradores y a regalarle unos muebles de maderas nobles, mullidas alfombras, tapices, cuadros, bibelots y demás peteretes.
Las leyes, leídas en un papel oficial, con esa prosa turbia e infumable que se gastan, pueden gustarnos más o menos. Pero luego están los hechos, que carecen de retórica y no saben de adornos, los hechos desnudos y silenciosos que, precisamente por ello, son más expresivos, elocuentes e incontestables que cualquier comentario u opinión. Veamos algunos.
Este nuevo curso, al haber prescindido de la mayor parte de los profesores interinos, son muchas las aulas donde un profesor debe enseñar a treinta y cinco o treinta y seis alumnos, entre los que suelen encontrarse varios con serios problemas de aprendizaje.
Este nuevo curso, en varios colegios, decenas de alumnos de infantil y primaria aún carecen de maestro y no saben quién será su tutor. Les atiende cada día o cada hora uno distinto. Mi sobrina, por ejemplo, todavía no ha dado una sola clase de inglés.
Este nuevo curso, los libros que les han tocado a mis alumnos son ya tan viejos y han sido tan maltratados, que parecen haber contraído la lepra. Se les caen las hojas a cada momento, se les desquicia la encuadernación y da miedo acercarse a ellos, no nos vayan a volver gafos los dedos y las articulaciones o a transmitirnos cualquier enfermedad incurable. Los que le han tocado en suerte a mi hijo estaban los pobres tan menesterosos que nos ha llevado todo un fin de semana de delicadas curas devolverles algo de salud y lustre.
Este nuevo curso, si alguien no quiere tocar esos libros lacerados o enfermos, y su economía le permite pagar los precios de oro que por ellos piden las editoriales, es muy posible que no haya podido comprarlos porque ya estén descatalogados. Y los colegios o institutos que sí los han cambiado, han sido únicamente los concertados, que son esa clase de centros educativos que reciben dinero a dos manos, con una las cuotas que pagan los padres y con la otra los fondos públicos que les concede la administración a pesar de ser negocios privados. Pero esos padres de la concertada no los han comprado en las librerías. Se los han vendido los propios colegios. Los libreros se han quejado de esa competencia desleal. Han denunciado en Hacienda el fraude que supone el que no paguen por esas ventas impuesto alguno, y le han escrito al consejero explicando el perjuicio que se les ocasiona. Ni Hacienda ni el consejero les han hecho.
Este nuevo curso, si un profesor enferma y no puede ir a dar clase, los primeros días de baja no los cobrará. Sin embargo, si el profesor o maestro es concejal o diputado, faltará cada vez que haya pleno o sea convocado a una comisión, y no solo no se le descontará ni uno solo de los días que falte, sino que esas jornadas cobrará, como los colegios concertados, dos veces: una por no haber dado su clase y la otra en calidad de indemnización –así lo llaman- por haber asistido a ese pleno o a esa comisión. Y todo esto se lo explicó muy claramente el profesor-político de unos tiernos infantes de esta capital a sus padres, en la reunión inicial del curso. Que él era, ante todo, un político, les dijo, y que cada vez que se le convocase a pleno o comisión, él acudiría presto a esa llamada, y dejaría a sus alumnos en manos del primer compañero que pasase por allí. Porque tenía derecho a ello.
Este nuevo curso muchos jóvenes no han podido matricularse en ninguna universidad pública porque no pueden pagar las tasas que les piden.
Este nuevo curso se les ha informado a los centros públicos que su presupuesto se recortará en un 40%.
El ministro y su ley; el consejero que declara que este curso, como el anterior, todo ha comenzado viento en popa y a toda vela; el periférico y la inspección que les dicen a los padres que pronto llegará ese profesor que, en cambio, no aparece por ninguna parte; ese maestro-político que tan claros tiene sus derechos y preferencias… Podrán muñir todo tipo de leyes, podrán declarar que la educación mejora cada día gracias a sus desvelos, prometer lo que deseen y decir y pensar, en fin, lo que les venga en gana. Pero los hechos no se permiten nunca semejantes confianzas. Los hechos son crudos, berroqueños, tozudos e impasibles. Y nunca mienten.
Mejor no se pueden decir las cosas. Todo cierto, y muy lamentable. Un saludo.
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