El otoño llega siempre a esta ciudad dando unos pasos de baile: uno adelante y dos atrás. De manera que después de un par de días de lluvia y frío, vuelven jornadas calurosas como las del comienzo del verano. El Veranillo de San Miguel le dicen a esta danza.
Y es entonces cuando se pueden ver en nuestro barrio algunas escenas peregrinas: un mendigo fastuoso, como un viejo rey destronado, de barbas larguísimas y antiguas, de aire fiero y porte shakesperiano, que arrastra con su largo abrigo las primeras hojas caídas; un grupo de niños violinistas que tocan, en un garaje a ras de acera, una música extraña y delicada; un loco que busca a gritos no sabe aún qué... Se les puede contemplar un par de días y luego ya nadie los vuelve a ver ni a saber nada de ellos.
Este año ha sido el dueño de la pequeña tienda de sellos de caucho que hay en la calle San Sebastián. Fue al atardecer, a esa hora fronteriza y rara en la que no es ni de día ni de noche, y la luz vuelve poéticos hasta los contenedores de basura. Suele estar ese hombre muy quieto tras su mostrador, serio, la mirada perdida en algún lugar muy hondo de su memoria. Esperando que entre algún cliente. Sin embargo ayer, al pasar frente a ese negocio escuchamos el sonido de una armónica, y era ese hombre quieto el que tocaba una muy bonita, una armónica de plata que brillaba bajo esa iluminación lírica del crepúsculo. Pasaba sus labios por la armónica una y otra vez y le sacaba unas notas llenas de melancolía que rimaban armoniosas con el atardecer. Estuvimos, como otros peatones, un rato frente al escaparate de ese pequeño negocio, escuchándolo. El hombre quieto de los sellos de caucho no nos miraba. Ensimismado en esa tarea suya, tocaba la armónica de plata con los ojos cerrados.Allí lo dejamos, deshilando el día con su música.
Hace un par de días que no hemos vuelto a pasar delante de esa tienda. Pero aunque lo hubiésemos hecho, aunque hubiésemos pasado por allí a la misma hora que aquel día, no habríamos visto nada. Solo a ese hombre quieto tras el mostrador, inmóvil, la mirada perdida, esperando por si llega algún cliente.
Y es entonces cuando se pueden ver en nuestro barrio algunas escenas peregrinas: un mendigo fastuoso, como un viejo rey destronado, de barbas larguísimas y antiguas, de aire fiero y porte shakesperiano, que arrastra con su largo abrigo las primeras hojas caídas; un grupo de niños violinistas que tocan, en un garaje a ras de acera, una música extraña y delicada; un loco que busca a gritos no sabe aún qué... Se les puede contemplar un par de días y luego ya nadie los vuelve a ver ni a saber nada de ellos.
Este año ha sido el dueño de la pequeña tienda de sellos de caucho que hay en la calle San Sebastián. Fue al atardecer, a esa hora fronteriza y rara en la que no es ni de día ni de noche, y la luz vuelve poéticos hasta los contenedores de basura. Suele estar ese hombre muy quieto tras su mostrador, serio, la mirada perdida en algún lugar muy hondo de su memoria. Esperando que entre algún cliente. Sin embargo ayer, al pasar frente a ese negocio escuchamos el sonido de una armónica, y era ese hombre quieto el que tocaba una muy bonita, una armónica de plata que brillaba bajo esa iluminación lírica del crepúsculo. Pasaba sus labios por la armónica una y otra vez y le sacaba unas notas llenas de melancolía que rimaban armoniosas con el atardecer. Estuvimos, como otros peatones, un rato frente al escaparate de ese pequeño negocio, escuchándolo. El hombre quieto de los sellos de caucho no nos miraba. Ensimismado en esa tarea suya, tocaba la armónica de plata con los ojos cerrados.Allí lo dejamos, deshilando el día con su música.
Hace un par de días que no hemos vuelto a pasar delante de esa tienda. Pero aunque lo hubiésemos hecho, aunque hubiésemos pasado por allí a la misma hora que aquel día, no habríamos visto nada. Solo a ese hombre quieto tras el mostrador, inmóvil, la mirada perdida, esperando por si llega algún cliente.
El hombre de la armónica, de André du Plessis
Va caminando solo
ResponderEliminarpensativo; triste y viejo
los solitarios dan miedo
va cerrando los ojos
para poder ver mejor.