Cada quince días salimos media docena de profesores a la entrada del instituto para protestar por lo que están haciendo los gobernates con la educación pública...
Al principio nos mandaban media docena de policías y tres o cuatro de la secreta, sin uniforme, que rondaban alrededor, a cierta distancias, incómodos y furtivos. Como los buitres de los documentales a la espera de que las fieras acabasen de devorar a una cebra -por ejemplo-... Fue entonces cuando me encontré con aquel antiguo alumno que yo creí docente y resultó que no...
Hubo un momento en que éramos casi tantos policías como manifestantes.
Ahora ya no. Del mismo modo que vamos menguando nosotros, también se ha reducido mucho el número de fuerzas del orden que nos envían. Últimamente mandan solo a dos. Y, por lo que nos pasó el otro día, no de los más avispados.
Caminábamos tres compañeros hacia el lugar donde ya estaban casi todos los demás con las pancartas desplegadas, cuando nos salió al paso la pareja de municipales. Eran muy jóvenes. Un muchacho y una muchacha. Yo pensaba, no sin cierta ilusión victimista, que nos iban a prohibir el paso, obligándonos a un rodeo, como parece que hacen a veces en Madrid, o, mejor aún, que nos iban a pedir los carnés... Pero nada de eso. Mi gozo en un pozo. Muy educadamente, nos preguntaron por el motivo de nuestra protesta. Nos confesaron que nadie les había informado de nada, tan solo les habían ordenado que fuesen a esa calle, que había una concentración, sin entrar en más detalles. Supongo yo que debían de estar sorprendidos al descubrir tan desangelada reunión. En los botellones de la juventud seguro que tiene más faena. Estuve a punto de indicarles que leyesen la pancarta que tenían a menos de cincuenta metros, pero consideré más prudente callarme. Les explicamos de qué se trataba y, por confraternizar un poco, les dije:
- Como podéis ver, no tenéis motivo de preocupación alguna. Somos pocos y muy pacíficos.
Se envararon como si les hubiese pedido que leyesen la pancarta y que nos dejasen en paz, y, muy seria, me contestó la muchacha que ellos estaban allí para protegernos, pues en las protestas no era raro que se enfrentasen gentes de ideologías o pensamientos opuestos y que hubiese algaradas y disturbios...
Casi me entra la risa.
Así que ya saben, si ven a unos policías vigilando una manifestación, ya saben el motivo. Y si de pronto eso mismos policías comienzan a repartir estopa a diestro y siniestro, a jóvenes o jubilados, a infantes o mayores, a inquietos o sosegados, es por el bien de todos ellos, por protegerlos, que ya se sabe que los mayores demonios son los que lleva cada uno en su interior.
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