Ayer tenía que haber salido este artículo en el periódico. Como se explicó en su día, ya no vamos a escribir nada en él. A lo mejor, hemos pensado, abrimos un blog con el nombre del grupo -Tersites-, y lo usamos para nuestros desahogos en forma de artículos, los mismos que los escribíamos antes más los que quieran sumarse. Pero esté ya estaba hecho y, para no desaprovecharlo, pues lo traigo aquí.
Perdidos
Igual que los
protagonistas de aquella famosa serie, después de un tiempo subidos a una nube
y viajando cómodamente en lo más alto, nos vemos ahora estrellados en una isla
desierta en la que no hay otra cosa que una selva impenetrable dentro de la
cual ocurren cosas bien peregrinas e inexplicables. Creíamos vivir en el mejor
de los mundo posibles, creíamos ser ricos, guapos y prósperos, y en lo que
tarda un avión en desplomarse hemos descubierto que solo somos unos pobres náufragos
perdidos en una isla lúgubre e incierta.
¿Por qué ha
sucedido todo esto? Si uno lee los periódicos al uso, o ve los telediarios de
las grandes cadenas, o escucha la radio, poco sacará en claro. Ahora, si se ve
un programa de nombre Salvados,
entonces la explicación aparece clara y luminosa… No sé ustedes, pero yo no
conozco un periodismo mejor hecho y más benéfico. Si alguien quiere saber qué
es realmente lo que nos está ocurriendo, no puede dejar de ver cada uno de los
capítulos de este programa. Se habla en ellos de todo: de los bancos y las
cajas de ahorro, de la ley hipotecaria, del tribunal de cuentas, de los negocios
de la electricidad y las gasolinas, del funcionamiento de las diputaciones, del
fraude fiscal, de las comunidades autónomas, de la toga, la espada y la cruz… Si algún día, dentro de muchos años, viene un
historiador a hacer el inventario de estos ciegos años, no podrá dejar de ver todas estas horas de
televisión.
Conduce este
programa, de una realización exquisita, casi cinematográfica –fíjense en sus cabeceras-,
Jordi Évole, que comenzó en la tele como
comediante y ha desembocado en un periodista impagable, uno de esos periodistas
que, como pedía Camus, “informa bien en lugar de informar rápido, precisa el
sentido de cada noticia mediante un comentario apropiado, instaura un
periodismo crítico y, en todas las cosas, no admite que la política venza sobre
la moral ni que ésta caiga en el moralismo…”
Que el señor Évole comenzase su carrera como cómico no es un dato
irrelevante. Porque solo a través del humor y la ironía se puede aguantar lo
que está ocurriendo. Pero en Salvados, el señor Évole deja atrás sus
personajes y aparece tan solo como alguien que quiere saber lo que está pasando
y que lo pregunta con una eficaz mezcla de ingenuidad, picardía y firmeza. Con
educación exquisita pero con obstinación, negándose a comulgar con ruedas de
molino y sin dejarse llevar por la corrección política ni los prejuicios.
El programa tiene, casi siempre, la misma estructura. En primer lugar
hablan especialistas en la materia sobre la que se va a
tratar, periodistas serios que han investigado el tema, inspectores de
hacienda, economistas, vecinos, ciudadanos, siempre muy bien preguntados. Pero
lo más revelador nos son estas charlas, sino lo que viene después, a saber, las
preguntas al político, que al tratar de excusar lo inexcusable, de explicar lo
inexplicable, queda en las más cruda de las evidencias, desnudo como el rey
aquel del cuento…
Aunque se han
aireado mucho, como no podía ser de otro modo, las declaraciones que le hizo el
señor Matas, yo guardo un recuerdo imborrable de la entrevista a Miguel
Sebastián, ex ministro de Industria con Zapatero. No lo pude pasar peor aquel
domingo, viendo a aquel pobre hombre tragando saliva, sudando ante cada
pregunta que se le hacía, revolviéndose inquieto y desasosegado en su asiento…
No le llegaba la camisa al cuerpo al ex ministro… El momento culminante fue
cuando le recordaron sus advertencias a los bancos de que se le estaba al
gobierno acabando la paciencia, y cómo se decía que el señor Blanco le había
corregido. El ex ministro creía que no le estaban grabando y contó que ese
señor Blanco le había tirado de la oreja, efectivamente, por aquellas
declaraciones suyas, y que le había aconsejado lo siguiente: “Con los bancos la paciencia ha de ser
infinita”… Yo, no sé por qué, escuché esas palabras con la voz que dobló a Marlon
Brandon en El Padrino.
Por eso, cuando
salen algunos a utilizar el Tribunal de
Cuentas como argumento de autoridad para defender la limpieza de las cuentas de
su partido, nos entra mucha risa. El capítulo sobre este tribunal es también antológico:
miembros suculentamente pagados y colocados allí por los mismos partidos que
van a vigilar; informes que llevan cinco o seis años de retraso; evaluaciones
que pasan por alto la opacidad de las cuentas de ayuntamientos y diputaciones;
millones que se dice no saber de dónde han salido pero que solo suponen una
leve reconvención avisando de que eso no está bien, que no lo vuelvan a hacer…
Como ven, el visionado de semejante programa es tan pedagógico, que cuando
vienen luego a tratar de engañarte, te das cuenta. Otra cosa no puedes hacer,
pero ya tienes que ser muy distraído para no darte cuenta…
De manera que te
acuestas cada domingo con una rara mezcla de agradecimiento e indignación,
lúcido pero desolado. Mejor informado pero más impotente. Viendo Salvados, es raro no sentirse perdido.
No hay nada que hacer, piensas mientras reclinas tu cabeza en la almohada. Sin
embargo, antes de dormirte, te dices a ti mismo que si ese programa sigue vivo,
todavía hay una esperanza. Pequeña y muy frágil, como aquella luz del pasillo
que dejaban encendida tus padres en la infancia, en las noches de pesadilla o
tormenta. Pero una esperanza al fin.
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