Yo los domingos, si no hay novedad, salgo de casa muy temprano, compró el pan y el periódico, me vuelvo a casa y ya no salgo más.
Nos leemos el periódico de cabo a rabo, luego comemos el pan, y ya hacemos lo que corresponda: corregir unos exámenes, preparar algunas clases, leer el libro que tengamos entre manos, ver o escuchar el partido del Sporting... A veces preparamos también las entradas de este blog.
Todos los domingos pasamos, a por el pan, a por el periódico, por una esquina en la que siempre hay, si el tiempo lo permite, cuatro o cinco parroquianos que fuman y charlan a la puerta de un bar. Ayer hablaban de la carrera de Fórmual 1. Lo hacían con una seriedad de catedráticos, como no lo harían si lo estuviesen haciendo de fútbol o política. Estaban solemnes, se escuchaban unos a otros como civilizados tertulianos, sopesaban los argumentos de los interlocutores y ya exponían los suyos con diplomacia y tratando de expresarse del modo más riguroso y preciso que les era posible.
-Gana siempre el mejor coche- pontificaba uno.-En este asunto manda la tecnología, no hay vuelta de hoja...
-No te puedo dar la razón-se oponía otro, mientras se acomodaba mejor las gafas en el caballete de su nariz-. Qué duda cabe de la importancia del vehículo-dijo-, pero al final es la pericia del piloto lo que pesa más... No lo dudéis.
Yo, que ni siquiera sabía que había comenzado ya esa competición, y por lo tanto tampoco cómo había quedado la carrera; yo, que ni siquiera sé abrir el capó de nuestro coche y que, si llegase a conseguirlo, no entendería nada de lo que allí me encontraría, como si se tratase del mapa de un país extraño y desconocido; yo, repito, continué camino del quiosco, con mi pan bajo el brazo. Se ve que, cuando se trata de hablar coches, la gente se vuelve civil y respetuosa. Todo lo contrario que cuando los conduce...
Tal vez Fernando Alonso no haya hecho, después de todo, tanto mal a este país...
Tal vez Fernando Alonso no haya hecho, después de todo, tanto mal a este país...
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