La semana pasada, dos maestros del cole de P. tuvieron el valor y la gallardía de llevarse a sus alumnos de excursión por ahí. En concreto, los subieron a un autobús y se fueron con ellos hasta la serranía de Cuenca, a visitar el nacimiento del río Cuervo y el Hosquillo un día, y, tras pasar con ellos una noche en el albergue de Tragacete -qué abnegación, qué valor-, los llevaron el siguiente hasta el nacimiento del Júcar y luego a una mina de hierro que ya explotaban los romanos y que es hoy un pequeño museo.
Los recogimos el viernes a las diez de la noche. Bajaron del autobús eufóricos y felices. Los padres, todos sin excepción, encontramos a nuestros hijos más altos que cuando se fueron, un día antes...
Durante la excursión, se pasó A. pendiente del teléfono móvil porque una monitora, que iba como apoyo de los maestros heroicos, prometió crear un grupo de whatsapp para ir informando puntualmente del desarrollo de la excursión.
Efectivamente, nada más llegar a su destino conquense, escribió esa muchacha que el viaje se había desarrollado sin tropiezos, que teníamos unos hijos muy bien educados y responsables y que ya estaban en camino de las fuentes del Cuervo. Luego, el silencio. El grupo de whatsapp se lleno de los mensajes de madres que a duras penas disimulaban su angustia. "¿Por qué no dan señales de vida?", escribió dramáticamente una. "A lo mejor, en esas serranías no hay cobertura", trató de tranquilizar otra... "Si hubiese sucedido algo malo, ya lo sabríamos", reflexionó una tercera... Así, toda la tarde. Un sinvivir.
Al final resultó que aunque los beneméritos maestros habían pedido que no llevasen los chiquillos teléfonos, la mayoría había desoído ese consejo y casi todo el mundo -a excepción de nosotros y otra media docena de padres- había hablado con ellos. Como era de esperar, todo seguía bien y al atardecer ya volvían al albergue sanos y salvos.
Llegó P., ya queda dicho, muy contento y más alto. Antes de acostarse nos contó unas cuantas cosas: que el paisaje de esas sierras es hermosísimo; que pudieron avistar, en la lejanía del valle del Hosquillo, osos y lobos; que, para desesperación de don R., apenas durmieron, muertos de risa casi toda la noche, y que, cuanto más los amenazaba don R., más se les desbordaba la risa a todos...
La única sorpresa que nos llevamos, aparte de la que tuvimos al abrir la maleta de P. -calzoncillos y calcetines, los limpios y los usados, todos juntos en un revoltijo impresionante; las zapatillas nuevas empapadas por las aguas hermanadas del Júcar y el Cuervo ...-, fue cuando nos contó que al arrancar el autobús el jueves, un señor que los acompañaba, al parecer el organizador de la ruta, les puso el himno de la Virgen de los Llanos y les comunicó que, como era costumbre en la empresa, les dejaba cinco minutos para rezar.
-Y vosotros que hicisteis- le preguntamos al borde de la indignación.
(www.parqueelhosquillo.com)
"Dios bendiga mi ruta" rezabal el rótulo, en una furgoneta de venta ambulante que me encontré el otro día en la carretera mientras viajaba a Cartagena. Ea.
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