lunes, 10 de febrero de 2014

Las horas felices (Cunqueiriana I)

Horas non numero nisi serenas. "Solo marco las horas apacibles". Esta era la leyenda que se podía leer en un reloj de sol que había en una casa romana. La tenemos muy presente mientras leemos una colección de artículos de Cunqueiro, Los otros rostros.  

Porque no pueden ser más apacibles -y quien dice apacibles bien puede decir felices- las horas que pasamos leyendo estas páginas que van marcando, como los relojes, el paso del tiempo y las estaciones, las festividades señaladas, los magostos del otoño, el viaje invernal de aquellos magos prodigiosos, la llegada de la primera hoja verde a las quimas de los árboles y las dulces romerías del verano. El paso de los años -grandes gorros de colores para los galeses- que llegan por el Oriente al mismo tiempo que el viejo enrojece y cae por los acantilados del Finisterre...

Y, entre ambos, etimologías ("Por cierto, que en el tesoro agrario de la lengua latina, delirar significa justamente salirse del surco... Los delirantes son los que se salen de él.¡Hermosa metáfora!"), noticias eruditas y curiosas (" Hay noventa y nueve tabernas de la tierra al Paraíso. Hay que hacer una estación en cada una, y beber algo. Hay los que se emborrachan, no tienen dinero para pagar, y entonces retroceden por el camino del infierno. La taberna del medio del camino se llama Bilêklê. El buen Dios viene a ella una vez por semana, el sábado a la tarde, y conduce con Él al Paraíso a los clientes que no están demasiado borrachos"; "Contra lo que se cree comúnmente, los más de los fantasmas son silenciosos, y no hay nada de ruidos de cadenas o golpes contra las cuerdas. Muchos aman la música, otros se acercan al fuego y otros abren un libro..."), crítica literaria ("Lo más hermoso que se haya dicho nunca de un beso está en el Dante. Cuando Paolo y Francesca se disponen "a besar las deseada sonrisa"..."; "Todo poeta, en cierto modo, es un antropófago -viven de sí mismos, huertos cerrados-"), botánica ("Hay árboles, como el abedul, que dan al viento hojas amarillas como monedas de oro, y otros, como el castaño, que dejan caer hojas a las que concede uno un destino humano: a poco de caer oscurecen, pudren, se hacen polvo, y sin más ya no se puede distinguirlas de la tierra en la que han caído, porque se han hecho tierra"), opiniones ("El paraguas es una máquina humana, muy humana..."; "...el canto del gallo, que es una de las cosas más importantes que puede escuchar un hombre"; "...ocioso, lo que en puridad podemos llamar ocioso, exige estudio y paciencia..."), demonología ("Uno -demonio lunar- es Silbal, que tiene siete dedos en cada mano, porque son catorce los hilos con que se mueven, como si fueran marionetas, los sueños de los hombres") y un amplísimo catálogo de otros muy variados asuntos ("Que hay gente en los espejos es casi seguro"; que Montaigne y Spinoza tenían parientes gallegos, el primero una abuela; que Luis Vives cantaba muy mal, pero cantaba, etc., etc.).

Ya digo, horas felicísimas las que pasamos con este libro entre las manos. 




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