Yo, a A., la quiero todos los días, y esto del santo Valentín nos ha traído siempre un poco sin cuidado. Además, nos trae recuerdos infantiles de una película terrible que solían pasar por la tele en esta fecha. Sacaban en ella al santo en forma de gentleman inglés, provisto de bastón y sombrero, mezclándose con las almas terrenales y haciendo el bien por las calles de Madrid. En su boca, siempre abierta una sonrisa inquietante. Un señor que daba grima.
El caso es que no recuerdo nunca si nos hemos regalado algo en esta fecha del 14 de febrero. Probablemente sí, en los primeros años. Para mí, el 14 de febrero es el sobre todo el día en que se murió J., un amigo muy querido de la familia, una bonísima y dulcísima persona.
Sin embargo, por circunstancias que no vienen al caso, nos encontramos A. y yo una hora antes de lo que es costumbre y junto al Corte Inglés. Así que nos dijimos, qué demonios, vamos a obsequiarnos con un detalle.
Y allá nos fuimos. Yo elegí una camisa.
Nos metimos los dos en el probador, a ver si era de mi talla.
-Te acuerdas de aquella vez en Menorca...-le susurré.
-Si hombre, ¿estás loco?-me miró espantada.
-Si nos pillasen -insistí-, siendo la fecha que es, no podrían reprocharnos nada. Es más, yo hasta les daría permiso para que lo contasen y lo aprovechasen en la publicidad... Se les iban a llenar los probadores y menudas cajas iban a hacer...
-La camisa te queda perfecta - me cortó A. -, así que vámonos de aquí, que te estás trastornando...
A. quería un bolso. Había, en esa almacén, más de dos centenares. Cuando llevábamos ya un tiempo tratando de elegir uno, comencé a contarlos. Los miró y remiró, casi todos, un par de veces. Pero ninguno acababa de convencerla. A. tiene, desde hace años, un bolso ideal en su cabeza, El Bolso, que es un bolso que, como todos los ideales, es muy difícil de encontrar. Le pasa, con ese bolso, como a los conquistadores españoles con El Dorado. De manera que tuve que recordarle que teníamos un hijo y que no tardaría en volver del instituto, y que aún debíamos hacer la pasta con gulas al ajillo... La tomé dulcemente del brazo y la llevé a la sección de discos, donde le compré el último de Luz Casal, cantante a la que A. venera. Aunque estaba ella delante, cuando me preguntó el dependiente si lo envolvía para regalo, le contesté que por supuesto.
Al llegar a casa, colgó la camisa, que no había pedido que envolviesen, en mi lado del armario -se distingue muy bien porque es el lado más reducido y breve-. Yo, en cambio, oculté el disco en un rincón, y a los postres se lo entregué con toda la prosopopeya del mundo y un dulce beso.
Y luego se queja de que no soy nada romántico...
Que sepas que toda mujer tiene el Bolso ideal en su cabeza. Debe de ser algo genético. O platónico, vaya usté a saber.
ResponderEliminar