Leemos en Cunqueiro:
"...y yo ya he contado de un paisano mío que encontró una vez en el camino, en una tarde de lluvia, a tres cojos que se cobijaban bajo un único, amplio, gris paraguas. Los cojos metieron a mi amigo bajo el paraguas, y cuando escampó, lo cerraron y se fueron, dejando a su huésped que continuase viaje solo. Pero resultó que de ir bajo el paraguas con tres cojos, quedó cojo. Cosa muy comentada en el país y que nadie logró explicar".
Pues bien, me despertó esta historia la memoria de otra que me contó, hace años, mi padre, también sucedida a un amigo suyo. Y fue esta que yendo en coche -que lo de andar por los caminos ya es cosa antigua-, tuvo un pequeño percance, en un cruce, con otro vehículo. Fue un choque sin importancia, apenas un roce entre las dos máquinas. Pero al bajarse de los coches los ocupantes, contempló espantado el amigo de mi padre, que viajaba solo y resultó ileso, cómo descendían del otro tres hombres, los tres rencos de la pierna izquierda. Y que se llevó tal susto, al creer que había sido él el causante de tal estropicio, que le costó mucho reponerse y aceptar que ya estaban tullidos antes de subirse al vehículo y tener el accidente. Después, con el paso del tiempo, el amigo de mi padre acabó también él cojo siniestro. Sin que mediase nada que pudiese explicarlo, un día comenzó a andar paticojo, sin doblar la rodilla, con la pierna tiesa, y así hasta que se murió, hace ya algún tiempo.
(Los cojos, de Pieter Brueghel)
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