jueves, 8 de mayo de 2014

En las playas de Vera (IV)

Mojácar es un pueblo precioso, blanco y lleno de ingleses. A mí no me importaría ser un  inglés de estos y pasar los inviernos en este pueblo de nata montada. Me sentaría frente al ayuntamiento -cerrado a cal y canto-, a tomarme un vino mientras leo uno de eso tabloides británicos que hablan de asuntos exclusivamente insulares... Exactamente lo que estaba haciendo un señor muy colorado, de cuidada barba cana y tocado con una gorrilla marinera, que estaba sentado a nuestro lado. A. y L. estaban dentro de una tienda de ropa y los chiquillos se habían subido a una higuera. Así que J. C. y yo nos sentamos en la terraza de ese bar frente al ayuntamiento -cerrado a cal y canto-, a ver pasar la gente: todos turistas y visitantes comos nosotros; unos nacionales y otros ingleses. Lugareños no vimos ninguno. 



El pueblo es precioso, pero debe de ser muy difícil vivir en él, con tantas cuestas pinas, tantas escaleras y tan estrechos callejones. A mí me dejó la impresión, más que de un pueblo, de una atracción turística, lleno de tiendas de souvenirs y de restaurantes.



El pueblo es blanco, absolutamente blanco, inmaculadamente blanco. Excepto la iglesia, que es del mismo color pardo que el cerro en el que está colgado el caserío. 



El pueblo está lleno de ingleses pero, después de observar largamente al inglés que estaba a nuestro lado, yo creo que esos ingleses son ingleses de pacotilla, que han contratado para darle tono y sabor al escenario. Se pasarán el día haciendo su papel de habitantes entre el resto de turistas y luego, cuando ya se hayan ido todos, se marcharán a su casa, en Vera, Garrucha o Carboneras...

Al final, antes de marcharnos, nos subimos a un mirador para ver el mar desde lo alto. Las casas que lo rodeaban estaban cerradas y silenciosas, y en el paseo no había nadie, porque los turistas estaban todos comiendo, y los ingleses inventados me imagino que también. Ese mirador está junto a la calle Tico Medina, que al parecer era oriundo de aquí, cuando esto era un pueblo de verdad. Estuvimos allí largo rato. El mar sí era verdadero, y contemplarlo desde allí nos proporcionó mucho contento...









miércoles, 7 de mayo de 2014

En las playas de Vera (III)

Paseo nocturno por el puerto de Garrucha. 

Pasear por la noche es actividad muy saludable, no solo porque lo diga el refrán, sino porque cualquier sitio parece, a esas horas y a la luz de las farolas municipales, mucho más hermoso. Y así este pueblo a la orilla del mar, con las casas apiñadas unas sobre otras, apoyadas en un cerro pardo y seco, como son los cerros aquí. Calles empinadas como esas famosas de San Francisco, pero más estrechas. 

De manera que, desde los pantalanes del puerto, apenas iluminados por unas luces que salían del suelo, el pueblo parecía bien hermoso. 

El agua estaba en  calma. Había muy pocos barcos amarrados, algunos de vela, varias pequeñas lanchas y dos o tres yates. Muy cerca, en la bocana, dos grandes cargueros, dormidos y silenciosos. De pronto, una luz verde entró en el puerto. Era un barco muy pequeño, de pesca, que volvía de faenar... Parecía una luciérnaga.




martes, 6 de mayo de 2014

En las playas de Vera (II)

El viernes por la mañana lo pasé en la piscina -con forma de ameba- con los chiquilllos y tratando de poner en práctica lo aprendido en el cursillo de natación. La verdad es que mis progresos son muy modestos, y más que nadar estuve, una vez más, luchando con el agua... Me importó poco porque nadie me hacía mucho caso. Tan solo me miraban los rusos sin camisa de las terrazas... Pero lo hacían con la misma actitud fatigada y aburrida de ayer, fríos e impasibles. Si hubiesen sido naturales, seguramente se habrían burlado de uno, pero estos eslavos no.

Por la tarde dimos un paseo por Garrucha. Estaban de fiestas las cofradías y habían levantado unas carpas donde la gente comía alegre, bebía más contenta aún, y bailaba desatada,  todo en honor de la Virgen del lugar.

Nosotros cenamos en una bar antiguo, con las ventanas pintadas de azul marinero, en una terraza sobre la playa. Desde allí se podían ver también dos grandes cargueros amarrados en el puerto, y el paseo marítimo. El mar, cuando nos sentamos, era color de nácar, casi exactamente como el cielo, y por eso se confundían en la línea del horizonte. A los postres, y sin que apenas nos hubiésemos dado cuenta, la noche lo había borrado todo... Donde antes estaba el mar, parpadeaban ahora un par de boyas; en el puerto los cargueros parecían una verbena de bombillas de colores y, en una esquina del paseo, fosforecía la gamba de neón de un puesto ambulante de pescado frito...

Al día siguiente volvimos a Garrucha para comer. El mar estaba de un azul oscuro y el cielo de un azul celeste, emborronado apenas por unas nubes ligeras y leves. Volvimos a comer frente al mar. Salía entonces uno de los cargueros de la noche anterior... Mientras comíamos una pizza, vimos cómo se iba haciendo cada vez más pequeño, achicándose camino de la línea del horizonte. Cuando al fin la alcanzó, viró hacia la derecha, camino de algún puerto de África, supusimos...

Por la tarde fuimos A. y yo a la playa... Es una playa enorme, de aspecto ligeramente abandonado, de arenas grises, entre dos cabos que se pierden en la lejanía. Hacia el sur se ven las grúas del puerto de Garrucha, y hacia el interior, la mancha blanca de Mojácar, como un nevero en el monte pardo. Sobre este, pasaban unas nubes oscuras como un mal pensamiento...

Se estaba bien allí. Soplaba una brisa que despeinaba las olas. Había bastante resaca. No se bañaba nadie. Sin embargo, al rato, pasó una hombre nadando, muy cerca de la orilla y paralelo a esta, enfundado en un traje de neopreno. Nadaba maquinalmente, como si estuviese entrenándose para pasar el estrecho o una proeza parecida. Muy cerca de nosotros, una mujer hacía yoga frente al mar. Hacía unos movimientos oferentes y lentos, como si le estuviese ofreciendo un sacrificio al océano. Este, por su parte, rezaba ronco en cada ola que se desmayaba sobre la arena. En el horizonte, una vela blanca se desplazaba muy lentamente.

Nos tumbamos en la toalla. El cielo azul estaba ligeramente emborronado por la huella de unas nubes leves, como el rastro que deja un viejo  borrador en una pizarra también vieja...






lunes, 5 de mayo de 2014

En las playas de Vera

Para llegar a esas arenas desde aquí se viaja en línea más o menos recta por Murcia. Sin embargo, nosotros hicimos una elipsis para dejar a F. en su casa y bajamos hacia Úbeda, y desde allí, atravesando la sierra de Mágina, por el desierto cinematográfico de Tabernas, llegamos al fin al mar, al mar, al mar...

Al acercarnos a Guadix, durante un rato largo tuvimos frente a nosotros, cada vez más próxima, la estampa magnífica de la sierra de Baza, cuajada de una nieve limpísima que relumbraba al sol como los cabellos de la dama aquella gongorina a la que este debió de ponerle muy mal cuerpo...

El hotel que teníamos reservado resultó estar al lado, como quien dice puerta con puerta, con otro, hoy en melancólico estado de abandono, en el que nos alojamos hace ya algunos años y que, al poco, salió retratado en los telediarios. Al parecer era la tapadera que utilizaba una mafia rusa para blanquear el dinero del tráfico de drogas, de la prostitución y de otros muchos negocios de semejante naturaleza... De todas formas, en esta parte de la costa de Almería un edificio así, feo, enorme, descascarillado y vacío, no llama mucho la atención, pues casi todos los edificios ofrecen la misma sensación de letargo y soledad, y parecen todos abandonados... Tiene, esta costa, el aire triste de un lugar devastado... Y sin embargo, nos parece un lugar hermoso, como uno de esos poemas largos y prosaicos que paradójicamente están llenos de lirismo.

Yo creo que ahora los rusos se han mudado y blanquean su fortuna en este en el que dormimos. No solo está al lado del anterior, sino que es muy parecido y en las terrazas solo se veían, acodados y aburridos, unos tipos de indudable origen eslavo. Sin camiseta, como lagartos al sol, vigilando el negocio.

Ya lo dejó dicho el Príncipe de Lampedusa: " A veces es necesario que algo cambie para que todo siga igual".