miércoles, 26 de noviembre de 2014

"Pantomina"

Le pregunto a mi padre si vio a G.I., el otro día, en la tele. No, no lo vio. Entonces le comento que lo pusieron como ejemplo de político que, al abandonar esa actividad, volvió a su trabajo, que era en la mina. Que lo entrevistaron en su casa de Oviedo y que sacaron unas imágenes muy hermosas y melancólicas de Polio, el pozo donde trabajaron los dos, mi padre en la oficina, de administrativo, y G.I. en el pozo, de picador. Y le digo que no recordaba que lo hubiese tenido que dejar a causa de un accidente.

-El día que se reincorporó, después de no sé cuántos años sin bajar al pozo -me explica mi padre-, lo vi llegar, desde la ventana de la oficina, rodeado de fotógrafos y periodistas. Menudo revuelo se armó. Por eso salimos a la ventana...
-Al parecer estuvo trabajando un año, hasta el accidente...
-¡Qué va ser un año! Nomenó... A los dos días ya tenía una baja... ¡Qué va! Ese no trabajó ni tres días...

Como a mi padre simpatiza poco con el comunismo, insisto.

-Ya, pero lo del accidente debió ser cosa seria. Le concedieron la invalidez...
-Na, todo una pantomina...
-Pero, papá, ¿estás seguro de eso?
-Pues claro. Yo también trabajaba allí...
-Ya, pero una caída de quince metros...
-Nada, nada. Lo que yo te cuente, una pantomina...

Repitió esa palabra, así dicha, tres o cuatro veces más, y ya pasamos luego a hablar de otras cosas, más cotidianas. Pero a mí no se me iba de la cabeza esa creación inconsciente de mi padre, tan apropiada para el caso. 

"Pantomina": 1. f. Dícese de una farsa o engaño que se realiza en una explotación minera...

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Él círculo cerrado (el final del verano)

Y así como lo comenzamos, dimos por concluido el verano: en Úbeda, en la piscina y sin hacer prácticamente nada...

De camino, que nos pilla su pueblo al paso, paramos a saludar a S. Como siempre, se nos fue el tiempo entre risas, historias peregrinas y la contemplación de sus últimos cuadros. Nos avisó de que a finales de septiembre expondría en Albacete y nos enseñó dos de los cuadros que iban a ir a esa muestra (ver crónica); nos mostró también el último disco de Lorena Álvarez, en vinilo, que había comprado por internet y que le había llegado con una nota manuscrita: en una hoja cuadriculada de cuaderno escolar, la cantante le agradecía la compra. Comenzaba, esa nota, así:  "Hola, soy la verdadera Lorena Álvarez y...".  Escuchamos un par de canciones en el precioso mueble-tocadiscos que se trajo de Berlín y luego, en el piso de arriba, sin salirnos del registro musical, nos enseñó el piano que se acababa de comprar (nos confesó, mientras recorría las teclas alegremente con sus dedos llenos de pintura, que no piensa en ponerse a estudiar para pianista, ni hablar de eso, pero que, entre pincelada y pincelada, a veces sube hasta ese salón y hace como si supiese, y que eso no solo le relaja sino que, a veces, hasta suena bonito...).

Ya en Úbeda, una mañana bajamos a visitar San Lorenzo, por ver las obras y mejoras que le están haciendo, y también, por qué no confesarlo, para cotillear un poco en el lugar al que volveríamos, recién comenzado septiembre, para el concierto de homenaje a Sabina donde iba a cantar el primo de A. (Ver crónica). A la salida nos abordó un vecino del barrio. Parlanchín, desenvuelto, como de sesenta o setenta años bien llevados Nos preguntó si éramos turistas. A. le contestó, un tanto ofendida, que no.

-Y entonces, de quién eres - indagó.
-Mi abuelo era Pedro "Mañas", y mi abuela Anita Toral...

Hizo entonces el hombre grandes aspavientos.

-¿Qué me estás dicindo? Pedro y Anita. Claro que los conozco. Si yo viví en la calle Chirinos, dos portales más arriba de su casa...

Y ya se lanzó al relato de aquellos viejos y buenos tiempos. Luego, ganada ya la confianza, nos confesó que era poeta, y que le tenía dedicados muchos versos al pueblo y a sus vecinos más ilustres.

-A Muñoz Molina le compuse una cuando le dieron el Planeta. 

Y allí, en mitad de la calle, mientras le compraba el pan al panadero que acababa de llegar en su furgoneta, nos recitó ese poema de memoria, declamando los versos con la pausa y el cuidado con que tratamos las palabras que nos parecen muy importantes. Nos invitó entonces a su casa, pegada a los muros de la iglesia, y nos enseñó muchos otros poemas que tiene encuadernados con gusanillo, y la carta de Muñoz Molina con la que le contestó la fineza de aquellos versos, y otra de la Casa Real, que también les compuso unas estrofas a los reyes cuando se casaron... Quiso enseñarnos el cuarto donde escribe todas esas cosas. Subimos tras él, por unas pinas escaleras. El cuarto, rectangular y austero, tenía tres ventanas a unos de los paisajes más hermosos que hayamos visto: toda la vega del Guadalquivir, como en un diorama, se extendía a los pies de esos ventanales de VPO, como un gran mar. Y si eso no fuese suficiente, en el horizonte, las sierras magníficas de Cazorla y Mágina... Un panorama inmenso, de belleza apabullante. Yo le dije que con un escanario así, era normal que hubises salido poeta, y que también eso de que me recordaba, esa estampa magnífica, al mismísimo mar...Me contestó entonces con otro poema suyo, donde comparaba las luces de los pueblos, en mitad de la noche , con los fanales de los barcos en mitad de las aguas salobres.

-Desde aquí, los días claros, veo desde Jaén hasta Cazorla y la puerta del Segura...- nos explicó.

Nos despedimos al rato con grandes cortesías, prometiéndole que no dejaríamos de leer sus poemas, que nos había avisado antes que los tiene, además de encuadernados, colgados en internet (ver aquí).

A parte de este encuentro, y de unos tirantes que me compré, no nos sucedió, en esos últimos días de las vacaciones, ninguna otra cosa de mención. Nos dedicamos, por tanto, a hacer lo menos posible. Por las mañana, no muy temprano, íbamos a nadar; por las noches, no muy tarde, a tomar cervezas en las terrazas abarrotadas. En el intermedio, leíamos novelas policiacas, dormitábamos descoyuntados en el sofá, soñábamos con un verano dulce y eterno...

Cuando nos fuimos al fin, el verano inclinaba la cabeza, a punto de ponerse dormir, él también, hasta el año siguiente. Cuando abandonamos el pueblo, quedaba este envuelto en una enconada  polémica a propósito de una bandera gigante, de la patria, claro, que el alcalde ha colocado a la entrada de la ciudad. Pero nosotros no entrabamos, salíamos, y esa bandera gigantesca la dejamos ondeando detrás...

lunes, 17 de noviembre de 2014

La playa del Espartal (despedida de Asturias)

El último día de playa fuimos con C., H. ,M. y N. a la de El Espartal. Muy cerca de Avilés.

Se llega a ella, a la orilla de la ría, por un paisaje desolado de ruinas industriales, de almacenes y grandes naves, a la sombra de las grúas del puerto, de altas chimeneas y de una fábrica de zinc. Un paisaje de novela negra, sucio, turbio, contaminado. Se aparca entre unas casas polvorientas o en un descampado donde reposa todo el hollín de las chimeneas de esas fábricas. La playa todavía no se ve. Hay que caminar unos cien metros, atravesar unas dunas y, de pronto, aparece una arenal extenso, hermoso, de arenas blancas y suaves. Y, claro está, el mar. A la derecha, mientras llenamos nuestros pulmones con todo el aire marino del que son capaces de albergar, vemos el faro de San Juan de Nieva; a la izquierda, las torres de Salinas; y al frente, ya queda dicho, el mar, el abierto mar, el Cantábrico mar, el dulce mar del verano... A veces, sobre el lugar de Salinas, se ven los aviones que vienen o se van del cercano aeropuerto de Santiago del Monte. A mí me recuerda, esta playa, a uno de aquellos dibujos que tanto nos fascinaban en la infancia y en los que, en solo dos páginas y a todo color, te mostraban una ciudad con todas sus posibilidades: el ayuntamiento, la escuela, el hospital, el parque de bomberos, las calles y los guardias de tráfico, los paseantes, el puerto con sus barcos, las ambulancias y los coches, los ciclistas, el cartero, la panadería, un avión sobre el azul, incluso algún globo en el cielo... El Espartal, como aquellos dibujos prodigiosos, lo tiene casi todo...

Ese día último lucía bandera amarilla, pues venían algunas corrientes diagonales y esquinadas. Pero las olas se desmayaban dulcemente en la orilla, como señoritas románticas e hiperestésicas...

Luego llegaron R. y M. M., que fue campeón de surf de Asturias, se trajo su tabla, una tabla hecha con sus propias manos. Nos estuvo enseñando un rato, a H., a los chiquillos y a mí, a ver si éramos capaces de coger alguna de las olas más enérgicas.

Jugamos luego un partido de fútbol, comimos sobre la arena con los padres de C., que son asiduos y unas personas encantadoras, dejamos pasar el día como lo hacían algunas nubes muy pequeñas sobre el cielo, del mismo modo que veíamos ganar altura, sin ruido y sin esfuerzo aparente, los aviones que subían o bajaban cada media hora... A diferencia de muchas otras veces, que nos preguntamos a dónde esos aviones irán, y nos habríamos cambiado muy gustosamente por uno de sus pasajeros, esa tarde, en El Espartal, no sentimos la menor curiosidad. Tan a gusto nos encontrábamos. Todos nuestros deseos bien cumplidos...

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Una visita que hacía veinte años que no hacíamos

León

Si a la Feria de Muestras hacía diez años que no acudíamos, a León serían más de veinte...

Pasamos a su vera, cada año, cinco o seis veces. Pero siempre de largo. Así que esta vez organizamos una visita, una visita sin prisas ni propósito. 

Aunque un poco descabalado, como tantos, nos pareció un pueblo bonito.

Después de dejar el coche en un garaje, nos tomamos un café y ya nos fuimos para San Isidoro. Nos lo pasamos estupendamente. El Panteón es, sin caer en exageración, un lugar deslumbrante y único. Un poco antes de visitarlo, nos contó una guía muy preparada que, aunque no se desconocía hasta hace bien pocas fechas, guardan en ese templo el que puede que sea, nada más y nada menos, que el Santo Grial. ¡Ahí es nada! Al parecer, nos contó muy prolijamente, unos profesores de la universidad de ese pueblo han documentado que el cáliz de ágata de doña Urraca, que allí se custodia desde hace siglos, por haberlo donado esta al monasterio, es un regalo de un emir o sultán, que de esto no guardo memoria, que a su vez lo había recibido como obsequio de otro que lo había ganado en fiera batalla, allá en Jerusalén, y del que todos decían entonces que era el cáliz de aquella Santa Cena famosa... En la librería de León, y en la entrada de ese cenobio, venden el libro recién publicado de esos profesores donde se certifica, con muy variados documentos, esta tesis prodigiosa. Antes, ese cáliz lo mostraban en una urna chiquitilla junto a otras maravillas de la edad medieval, pero ahora, como es natural, le han reservado una estancia para él solamente, y una urna enorme, de cristal luciente, colocada en el centro de esa celda, y te cuentan todo eso allí, rodeando a la pieza...

Después ya nos fuimos a comer y tras eso a callejear un rato. Pasamos por anchas plazas de pueblo grande y por otras, las que más nos gustaron, de pueblo chico; vimos los negocios viejos -cererías, cordelerías, imprentas y pastelerías- y los nuevos -almacenes de ropa, cafés, tiendas de informática-; nos cruzamos con peregrinos y turistas, con viajeros, con estables... Tomamos otro café, el de la tarde, sentados en la terraza de  La Más Bonita, frente a la catedral, como quien se sienta frente al mar... Vimos dos librerías de viejo y, como estaban cerradas, tan solo pudimos estar un rato con la nariz pegada a sus cristales, como niños chicos ante una pastelería... En una de nuevo, preguntamos por un par de libros de autores locales. No los tenían. Ni parecían haber oído nunca los nombres de sus autores ni sus títulos. Bajamos hasta San Marcos, por recordar a Quevedo y a Clarín, y también íbamos a acercarnos al Musac, pero el adolescente que nos acompañaba comenzó a impacientarse. Eso, unido a la desconfianza que le tenemos al arte moderno, nos hicieron desistir. 

De vuelta a por el coche, nos cruzamos con varios mendigos que estaban leyendo. Libros de la biblioteca municipal. Si no les dimos una limosna fue por no estorbarles la lectura, tan ensimismando en ella se veían...

martes, 11 de noviembre de 2014

Una visita que hacía diez años que no hacíamos...

La Feria de Muestras

De la última visita hacía, efectivamente, y contando los años con los dedos de las manos, diez. Acudimos entonces, después de otros diez en barbecho, porque le apetecía a mi madre. Mi padre no quiso ir y fuimos mi madre, A., P. y yo. Tenía P. tres años y, después de la comida, se perdió. Solo fueron un par de minutos, pero a mí casi me da un vahído. Lo encontramos frente a un puesto mirando unas banderas de Asturias y de Fernando Alonso.

Y de la misma manera que aquella vez la encontramos igual que diez años antes, así ahora. Seguramente sea esta la razón por la que los asturianos sentimos tanto apego hacia ella. Dices la Feria, y no es necesario arrimarle adjetivo alguno, todo el mundo sabe a qué feria nos referimos. En la infancia la visitábamos, religiosamente, cada verano. Cuando niños. Cada verano los mismos pabellones, los mismos negocios, los mismos puestos de comida y de bebida. Cuando críos, comíamos en el Pueblo de Asturias, de las fiambreras que llevaba mi madre -tortilla de patatas y filetes empanados-, a la sombra de un hórreo.

Y ahora, tantos años después, sigue sin notarse ningún cambio: los mismos negocios de coches, caravanas o casas prefabricadas, la mismas baterías de cocina, o sartenes, o fregonas, o aviones boomerang... Los mismos tenderetes de café, de embutidos de León, de bocadillos de calamares...

Yo creo que, si alguna vez nos da a los asturianos por solicitar la independencia, un argumento sólido para ello, un rasgo de identidad nacional, sería sin duda alguna esta feria. Tenemos una geografía cerrada por marcados accidentes naturales -al Norte, el Cantábrico mar; al Sur, las encumbradas montañas; y, a Oriente y Occidente, dos anchas corrientes de agua-. Tenemos una lengua, un folclore y, sobre todo, esta feria de muestras, invariable a lo largo de tantísimos años, inconmovible y fielmente visitada por la mayoría de los ciudadanos -aunque algunos lo hagan de década en década-, que acuden a ella por ver cómo todo sigue igual y a llevarse, de paso, algún regalo: una gorra de la caja de ahorros, un globo con el logotipo de una empresa eléctrica, una libretilla de la Universidad de Oviedo o del pabellón del Gobierno del Principado, o de algún ayuntamiento... Cualquier fruslería nos vale.

Este verano fuimos con C., H., M. y N. Luego nos encontramos con N., que estaba con su madre y los chiquillos... Pasamos por la mayoría de los pabellones, participamos en todos los sorteos que nos encontramos, comimos algodón de azúcar y pasteles de Belem, conseguimos una gorra, un globo enorme y una libretilla... Y disfrutamos, en compañía de tan buenos amigos, como cuando niños.

Luego ya nos salimos. Descansamos en un café muy moderno, mitad café, mitad librería, que hay cerca del Muro, y acabamos cenando en una pizzería que nos encontramos sin querer, de nombre La Divina Comedia. 

Regresamos al aparcamiento a la medianoche. Por el Muro adelante. Las olas trenzaban una blonda blanquísima y perfecta en la orilla. La playa se veía, a la luz de las farolas, más hermosa que de día. El verano nos parecía tan dulce y el mundo tan bien hecho...


miércoles, 5 de noviembre de 2014

Las excursiones II


Ribadesella.

Conserva este pueblo un aire de veraneo antiguo, dulce, próspero y monárquico. Es un pueblo orgulloso de que haya pasado sus veraneos en él, cuando niña, una mujer que luego, por esas vueltas que da la vida, se convirtió en reina. En las pastelerías, por ejemplo, venden unos dulces con su nombre, y muestran en los escaparates, junto a las cajas de esos melindres, las cartas con que la Casa Real agradece las que les han enviado de regalo.

El paseo que damos, al atardecer, por la playa, entre el mar y esas casonas magníficas que son hoy, casi todas, estrellados hoteles, es precioso. Mientras caminamos, dice J. A., que no para de hacerlas, que el atardecer es la mejor hora para las fotos. Por la luz. Lo mismo decía Gaya de la pintura, citando a Tiziano.


Riocaliente.

Este pueblo es famoso por la cantidad de hórreos y paneras que conserva. Algunos en muy mal estado -hay uno cuyo tejado no ha soportado el invierno y se encuentra desplomado-. Otros se mantienen aún en pie y techados, y sus dueños todavía hacen uso de ellos. Por ejemplo, subido a uno, en el mismo umbral de su puerta, para tener buena luz, descubrimos a un viejo que se corta, paciente y meticuloso, las uñas de los pies. De vuelta a casa,  nos encontramos con el dueño de unos caballos que pastan a orilla del camino. Son, nos explica, ardaneses, muy fuertes, adecuados para las tareas de arrastre.


Mieres.

Estación de autobuses. Más que una excursión, un breve viaje para despedir a J.A. y N., que se van después de varios días con nosotros. La estación de autobuses de Mieres tiene tres relojes y los tres están parados. Apenas hay media docenas de viajeros que esperan su autobús. En la cantina, no sé por qué lugar, se han colado unas palomas, que observan todo con impertinencia desde las vigas al aire que sostienen el techo. De vez en cuando, se alivian sobre los parroquianos. Estos, sin embargo, no se molestan. 

Cuevas del Agua.

Debe ser este un lugar único porque, por carretera, solo se puede entrar por un estrecho túnel -La Cuevona le dicen-, que los visitantes pasean admirados.  Sería muy poético qeu solo se pudiera acceder a ese lugar por ese túnel, pero si un día se desplomasen las piedras que sostienen esa cueva, no sucedería nada porque el pueblo tiene una estación y un río. Por la estación pasa, de tarde en tarde, algún tren; y por el río, casi cada día, decenas de piragüistas. Es un pueblo bonito del que sale una ruta que han dado en llamar  "de los molinos" porque, subiendo por la ladera del monte, se pasa al lado de una docena de estos. Hoy, sin embargo, apenas se pueden adivinar porque están arruinados y comidos por las zarzas y el musgo. Es un paseo misterioso y muy recomendable, muy cerca del río, que nosotros solo hicimos hasta la mitad, por fallarnos las fuerzas...


Benia de Onís.

Visitamos un mercado tradicional que se organiza en ese pueblo cada verano. Lo notamos un poco desangelado. También aquí se nota la falta de presupuesto... Después de un rato dando vueltas entre los puestos de comidas, panes medievales, azabaches y otras artesanías; después de apartarnos una docena de veces para dejar pasar un carro del país empujado por unos bueyes de dimensiones mitológicas que lleva subidos a los críos del pueblo; después de asistir a la venta de unos patos que un muchacho tiene de exposición dentro de una vieja cabina de teléfonos; después de todo eso, nos encontramos con nuestros caseros. Nos invitaron a tomar unas cervezas en un hotel tremendo que hay en ese pequeño pueblo a las puertas de los Picos de Europa. Es un hotel más grande que el mismo pueblo... Un pueblo que sabe de grandes fortunas, nos cuenta don A. "No sé la razón, pero los praos, aquí, siempre fueron más caros que en ningún otro sitio", nos dice. Y hablamos entonces de los muchos que tiene aquí, más unos picaderos, el antiguo alcalde de Oviedo,  hoy delegado del Gobierno en la provincia y que seguramente será hombre muy honrado, no lo dudamos, válganos el cielo, pero del que tampoco nos extrañaría nada que viniese a sumar, cualquier día y en los telediarios, el número de los corruptos...




martes, 4 de noviembre de 2014

Las excursiones

Llanes

A Llanes bajamos de vez en cuando. Paseamos por el puerto, tomamos unas sidras, visitamos al amigo de la tienda de alquiler de bicicletas. Una tarde nos presentó a un viejo profesor jubilado que nos preguntó, a bote pronto, que qué nos parecía  Podemos. Le dijimos que nos parecía bien. Entonces nos ofreció unas chapas de ese partido que, al ser de su facción asturiana, llevaban la Cruz de la Victoria en el centro del logotipo. Por la voluntad, nos dijo. Le dimos un euro.

-Entonces toma dos.

 Luego nos contó que acababa de llegar de Argentina y que había descubierto allí escritores que le tenían fascinado: Macedonio Fernández, Piglia, Juarroz... Estuvimos charlando un rato. Al final nos despedimos sin atrevernos a preguntarle si llevaba coleta por solidaridad con el líder o porque le gustaba.

Oviedo

Nos acercamos para enseñárselo a J.A. y N., que se acercaron a pasar unos días con nosotros. Paseamos por los escenarios de la juventud perdida... Se hicieron una foto con W. Allen. Comimos en  Le Chigre -si esto fuese una guía turística, y no estas notas apresuradas, lo recomendaríamos muy vivamente-, y si no tomamos un café en El Paraíso fue porque estaba cerrado y lo buscamos en otra parte. Después,visitamos algunas plazas -del Paraguas, Trascorrales, del Sol...- y al final, una librería de viejo a la que nos llevó H., en un pasaje, y otra de nuevo, detrás de la iglesia de San Juan. Al pasar a su lado, recordamos que fue allí donde se casó Franco. Entonces G. preguntó que quién era Franco. Mi hermano, atento a la educación de su hijo, le contestó rápido y contundente: "Un señor que mandaba", le dijo. Terminamos tomando unas cervezas con jamón en el poyete de la Universidad, expedidas no por esta venerable institución, sino por un bar que está enfrente. Terminamos la vista comiendo pizzas a la sombra del blanco, mastodóntico y absurdo  edificio de Calatrava... A la vuelta, al pasar por Palacio, ni el embriagado andaba por la calle.


Gijón

Fuimos por la misma razón que a Oviedo. En el Cerro de Santa Catalina nos hicimos unas fotos debajo de El Elogio del Horizonte. Más que una escultura, se trata de un marco, un aparatoso marco para el mar, el ancho y ensimismado mas. Visitamos luego una pequeña feria del libro en el puerto. No pescamos nada. A la vuelta, en cambio, descubrimos una librería que no conocíamos, Amarcord, y aunque tampoco compramos nada, quedamos más tranquilos. Estaba muy cerca de Paraíso, que es la que más nos gusta en esta ciudad que tanto nos gusta...