domingo, 21 de febrero de 2016

Una muerte prematura

Hace unos días, mis padres mataron a nuestro barbero de toda la vida. Lo suicidaron.

Me lo contaron por teléfono, cuando acostumbramos a hablar al mediodía. Me lo dijo mi padre, ante las protestas de mi madre, a la que no le gusta que me dé esta clase de noticias. Me contó que se había tirado por una de las ventanas de la residencia en la que vivía, la que está en el centro del pueblo, al lado de la plaza de abastos. Al parecer, hacía dos meses que había perdido a su mujer, y no pudo sufrir esa desgracia. Había visto mi padre la esquela en el periódico, y luego los detalles se los habían referido en el bar.

La noticia me dejó apesarado. Pobre F., pensé. Fue nuestro barbero durante casi treinta años. Acudíamos con frecuencia a su barbería porque a mis padres nunca les gustó que llevásemos el pelo largo, aunque entonces se estilase, y durante bastantes años nos tuvieron, en cuestiones capilares, como niños de posguerra. Recuerdo a F. como un hombre de gran afabilidad, que gastaba unas maneras cortesanas muy graciosas y nos trataba a los clientes como si fuésemos aristócratas, infantes o delfines. Lo recuerdo, también, como un hombre presumido que tenía en alta estima todo lo que hacía. Cuando se jubiló escribió un libro. Unas memorias de su vida de peluquero. Lo he estado buscando esta tarde y no sé dónde lo he podido poner. Eran muy divertidas esas memorias, de una egolatría tan exagerada que producían gran ternura y mucha risa.

Contaba en ellas lo buen peluquero que había sido (seguramente el mejor del pueblo y del concejo entero), lo bien que cantaba y lo hermosa y bien timbrada que era su voz (de tenor, lo que le llevó a formar parte de varios orfeones, coros y ochotes), de lo escogida que había sido siempre su clientela: alcaldes, concejales, mandatarios, empresarios, deportistas, médicos, dentistas, cirujanos... Las mejores cabezas de mi pueblo se las habían dejado en sus manos, confiadas a ellas y a sus tijeras. En el libro saca mucho a Bahamontes, que cuando tenía una carrera cerca, se alojaba en casa de los Tuñón y no dejaba de visitar la barbería de F. para que le arreglase aquel pelo hirsuto y ondulado que se le ve en las fotos. Salen muchos apellidos de estruendo y con preposición en ese libro. A nosotros no nos nombra, pero yo recuerdo que, a veces, cuando estábamos esperando nuestro turno, entraba algún viejo caballero que había conocido a nuestro abuelo y entonces F. nos señalaba y le decía: "Mira, esti chavalín es nieto de José Guisasola". Aquello a mí me hacía bastante gracia, porque para alcanzar ese apellido tiene uno que saltarse media docena de garcías y algún fernández.

Tenía por costumbre F., cuando terminaba de cortarnos el pelo, y en el momento de las despedidas cortesanas, la fineza de darnos un duro. Nos lo dejaba en la palma de la mano con tanta ceremonia como si estuviese entregándonos un doblón de oro o un correo para el Zar de la Rusia. Nos lo colocaba en la mano y procedía a cerrárnosla mientras dibujaba una sonrisa cómplice y nos guiñaba un ojo. Ahora que lo pienso, si alguien hubiese asistido a aquella ceremonia en los años ochenta, podría haber maliciado que andaba en el trapicheo y que nos estaba pasando una papelina.

Como en tantos otros, en aquellos años la droga hizo estragos en mi pueblo, y por el ventanal de la barbería se veían pasar muchos yonquis. La barbería estaba haciendo esquina entre las calles Ave María (hoy Alas Clarín) y La Vega. A esta última se la conocía entonces en toda Asturias como la Calle del Vicio, por la cantidad de bares, pubs, chigres y garitos que había en ella. La barbería ocupaba el bajo de una vieja casa de un solo piso. En ese piso encima de la barbería vivían dos hermanas que se habían demenciado y que solían salir a la ventana a increpar a la gente que pasaba. Por esa esquina pasaba todo el mundo, no solo los yonquis, porque es una esquina céntrica, muy cerca del ayuntamiento y de la calle principal. El ventanal era amplio y resultaba muy entretenido. Hubo un tiempo en que anduve dándole vueltas a la idea de escribir una novela que se desarrollase en esa barbería, una novela en la que se contasen las historias de la gente que pasaba delante de ese ventanal. De los que pasaban y también de los que entraban en la barbería: los yonquis, los alcaldes, Bahamontes... Naturalmente, saldrían también las hermanas trastornadas.

Cuando teníamos cita a primera hora, justo cuando F. abría el negocio, el duro nos lo daba antes y nos mandaba a comprar los periódicos a una papelería cercana, mientras él abría y disponía las cosas. Compraba los periódicos regionales y los deportivos. Algunos años más tarde, también el Interviú.

La barbería, aparte del ventanal, era bonita. Los espejos, las estanterías llenas de lociones, un armario donde guardaba las brochas, las navajas, las tijeras..., los asientos de color blanco... A mí lo que más me gustaba era un plancha cuadrada que tenía colgada de la pared, cuajada de pequeños ganchos en los que iba colgando unas  piezas circulares, del tamaño del duro que nos daba F., con las que le cogía la vez a los clientes que pasaban a pedirla. Nunca llegué a averiguar qué método seguía, pues cuadno eso sucedía,  movía varias de esas piezas, muy rápidamente, y sin aparente orden. A mí siempre me pareció, aquello, un galimatías.

Un par de años antes de jubilarse las hermanas locas murieron y tiraron la casa. El constructor le cedió a F. un pequeño local en una calle cercana. Hoy, en aquella esquina se levanta un feo bloque de pisos y en el bajo, donde estuvo la barbería de F., una floristería muy barroca.

Al día siguiete de esa tristísisma noticia, me avisó A. de que habían colgado una foto de F. en el facebook. Como uno no forma parte de ese club universal, le pedí que me la enseñase. No era F. Era, eso sí, un barbero como F., delante de una barbería que tampoco era la barbería que hemos descrito, aunque se parecía. Sin embargo, los comentarios lamantaban la muerte de F., y hacían referencia a la de su mjuer. Me pareció raro. Recelé algo. El enigma se resolvió en el vigésimo comentario que le hacían a la foto.. Era del hijo de F. Anunciaba este que su padre continuaba vivo y coleando, y aclaraba que quien había muerto era un primo suyo, con el que compartía nombre, primer apellido y profesión...  Me alegré mucho. A lo mejor, pensé eufoirizado, hasta está escribiendo otro libro. Llamé inmediatamente a mi padre. No fuera a encontrarse con F. por la calle y se llevase un susto. 


 No es esta la barbería de Falo, pero se le parece muchísimo
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