lunes, 3 de octubre de 2016

Fe de erratas

Soy un desastre para las fechas. Casi ni sé en qué día vivo. Por esa razón, tengo que mirar el calendario varias veces cada mañana. Tenemos uno en la cocina y otro en el estudio. Y otro más en el trabajo, sobre la mesa, delante de mí. También llevo una agenda, pero no es raro que se me olvide consultarla. Las del móvil, la tableta o el ordenador, esas no sé utilizarlas. Tampoco tenemos facebook.

No solemos recordar los días señalados, los cumpleaños o los santos de la gente que queremos, las efemérides. Por mucho que nos esforcemos, lo normal es que se nos olviden, o que los recordemos una semana después, o una semana antes, lo cual no sirve de nada porque en el ínterin se me vuelve a pasar.

Tampoco tenemos mucha conciencia del año en que vivimos. Soy incapaz de recordar en qué año acabé el bachillerato, cuándo me quitaron la vesícula, en qué temporada quedó el Sporting subcampeón... En fin, en asuntos cronológicos soy un verdadero desastre.

Viene todo esto a cuenta de un error que cometí el otro día. Publiqué aquí que mi padre cumplía noventa años. Me acordé de la fecha de su cumpleaños un día antes, cuando iba en bicicleta hacia el trabajo. Pedalear despacio me relaja tanto que se me acompasan los pensamientos y tengo, en esos breves viajes, algunos raptos de lucidez. Imagino ejercicios para hacer en clase, entradas para este blog, brillantes soluciones para problemas domésticos o internacionales; y a veces recuerdo asuntos que tenía arrumbados en algún polvoriento rincón de la memoria... Pues bien, fue en uno de esos momentos cuando me pregunté a mí mismo por la fecha del día: ¿16 de septiembre? ¿No es ese el cumpleaños de papá?

Esa misma tarde, cuando hablé con él por teléfono, lo sondeé sutilmente:  

-Oye, ¿no es hoy el cumpleaños de alguien?
-No, mañana- me respondió.

Teniendo en cuenta mis antecedentes, me sentí muy orgulloso de que ese pensamiento me hubiese asaltado un día antes y no, por ejemplo, el 24 del mes...

Tal vez fue eso lo que me nubló el entendimiento, esa soberbia, y di en pensar que eran noventa los que cumplía. Si había nacido en el 27, pues, números redondos, debía cumplir 90, pues uno ya anda con la mente puesta en el curso del 17... Hasta anduve un poco melancólico, porque pensaba que si me hubiese acordado antes, habríamos podido organizar un viaje relámpago para estar a su lado, en fecha tan señalada. Podríamos haber viajado el viernes, celebrarlo el sábado y volver el domingo... Escribí todo esto en una entrada, la publiqué...

Al poco tiempo recibí un comentario, de mi hermano. 89, decía, lacónico, el mensaje.

¿Cómo que 89?, pensé. Si papá nació en el 27 y estamos en el... Ahí caí en la cuenta.




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