viernes, 11 de enero de 2013

Crónica navideña V


Vísperas de Reyes


Ya están los Reyes en camino, y nosotros, mientras, seguimos con Cunqueiro, que no lo podemos dejar:

"Ya sé que hay verdaderamente mensajeros de Herodes, y que puedo encontrármelos en cualquiera de los senderos del valle natal que estos días paseo: un extranjero con raras ropas, furtivo el modo, trágica la mirada, apresurándose por el camino, sin dar las mañanas ni las tardes a los labriegos que siembran el pan en las tierras oscuras, blandas y dulces (...)

Desde niño, yo me he contado muchas veces a mí mismo el viaje del criado de Herodes y, naturalmente, las más de las noticias que hoy tengo de él son inventadas por mí". 

Ese "naturalmente", a nosotros nos parece magnífico.



Bares II

La alegría de encontrar un bar nuevo. Tanta que dejamos de lado los mandados y obligaciones que nos habían llevado hasta allí y nos metimos en él. Es un local diminuto, en una esquina de los portalillos que hay a la  espalda de San Pablo y puesto con gran gusto y esmero, supongo que para atraer a los turistas, que en este pueblo acostumbran a ser gentes finas y cultivadas que saben de Vandelvira y Francisco de los Cobos y llegan hasta aquí para visitar capillas, palacios, oratorios... Pero aunque nosotros no fuésemos turistas ni tampoco cultivados, ni mucho menos finos, nos metimos dentro, a inaugurarlo con un par de cañas. En el servicio nos encontramos una candelabro muy floreado, pintado de purpurina, igual que el marco barroco de un espejo ovalado. Me acordé entonces de una oscura taberna de mi pueblo, ya desparecida, que tenía todas las paredes llenas de aperos de labranza y otras herramientas agrícolas a las que el dueño, un buen día, decidió pintar de purpurina. Tras ese día, daba miedo entrar en aquel chigre. Pero aquí había también un lebrillo de cerámica como lavamanos. Y pequeñas toallas blancas como palomas para secarse... Finísimo todo. Y muy pequeño pero muy limpio.





Belenes


Ya de noche, bajamos P. y yo a visitar el belén de Santo Domingo (A. andaba en una reunión de antiguas alumnas de su colegio, que están tramando una comida nostálgica y memoriosa). Bajamos por el Rastro, donde una tienda de muebles también suele poner su Nacimiento. Pero es un poco triste porque están casi todas las figuras tullidas, y no las cambian: San José, manco; Baltasar, manco y cojo; y el ángel anunciador sin brazo alguno... Como aquellos pintores de las postales de Navidad que llegaban a nuestra  casa.

En la calle de la Luna y el Sol también estaba, como cada año, el de una casa particular, en esta ocasión con un cartel en el cristal de la ventana, hecho con el ordenador, en el que se indicaba que, si se deseaba contemplarlo a gusto, se llamase al timbre. Sin embargo, nosotros seguimos adelante, que el que de verdad nos gusta es ese de Santo Domingo. Ocupa toda la nave de la iglesia, que está vacía el resto del año. Encontramos algunos cambios: unas cuevas excavadas en una montaña, donde se veían gentes muy humildes, y la ciudad de Jerusalén, ocupando el centro del belén, con sus murallas almenadas y sus ocho puertas: Puerta de Jaffa, Puerta de los Leones, Puerta de Damasco... El resto, colocado de otro modo, era lo mismo: las callejuelas blancas de Belén, el paso lento de los Reyes, los oficios y el mercado, las palomas torcaces en los muros y tejados, el truco del ángel apareciéndose y desapareciéndose en el fondo de una gruta a los pastores y, cómo no, un claro río... Y aquí hay que traer a Cunqueiro una vez más:


"Porque -cuenta una leyenda siríaca- al nacer Jesús resucitaron todos los pozos muertos del desierto y derramaron y corrieron de ellos por las arenas regatillos claros, que cuando encontraban desnivel y guijos, aprendían a cantar (...) Y que por eso tenían razón los pesebristas napolitanos, que insistían en que en todo Nacimiento ha de haber un río".

Al salir dimos una vuelta hasta El Salvador. De noche como era y con la luz azulada y estupefaciente con la que lo tenían iluminado, parecía cosa prodigiosa y fantástica, viva y como palpitante...



Locura

Nos cuenta A. a nosotros que le han contado sus antiguas compañeras a ella que su profesora de Lengua, que tanto les enseñó y era tan estricta, y a la que piensan invitar a esa comida que están organizando, se ha trastornado y anda por el pueblo con un rotulador buscando rótulos, pintadas y papeles, para corregir las faltas de ortografía que les encuentre, y ponerles las tildes como es debido... 



Memento mori 


"Somos mierda", declara F. , barroca y sentenciosa, mientras barre la casa.

















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