Cuando entré, estaban las dos panaderas solas, hablando tras el mostrador:
-¡Válgame dios!, ¡válgame dios!, ¡San Válgamedios! - repetía una y otra vez la morena y redonda.
-¿Qué ha pasado?- le preguntó su compañera, rubia y muy delgada.
-Pues que han traído una barbaridad de tortas de Candelaria y de lo que estamos faltas es de bollos de San Blas...
Yo me quedé en silencio escuchándolas. El nombre de esos dulces, y ese santo apócrifo, San Válgamedios, me ensimismaron... Cuando al fin se dieron cuenta de mi presencia, se disculparon:
- Huy, perdona, dinos, ¿qué quieres?
Estuve a punto de contestarles que no se preocupasen, que no quería nada, solo que siguieran diciendo esas cosas tan bonitas: bollos de San Blas, tortas de Candelaria..., y si se sabían otros nombres como esos, de otras golosinas y confituras, o de otros santos fantásticos o imaginarios...
-Una barra de pan y una docena de magdalenas -les contesté- Ah, y también una de esas tortas de Candelaria y, si os quedan, un par de bollos de San Blas, por probarlos...
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