Este jueves me ha tocado a mí el artículo de los jueves. Lo difícil, esta vez, fue elegir el asunto, aunque no por falta de ellos, sino por todo lo contrario. Están ocurriendo tantas cosas en este país, y tan entretenidas, que no sabía dónde acudir. Al final, me he quedado con el más sentimental, este:
Madrecita del alma querida
De un tiempo a esta parte no pasa un día sin que me acuerde de la madre de la mayoría de nuestros políticos. De la madre y de toda su familia. Pero no en el sentido que algún lector malicioso pueda estar pensando. No. Me acuerdo de ellas –y del resto de su parentela- porque deben de estar pasándolo fatal. Yo me pongo en su lugar y se me cae la cara de vergüenza. Con unos hijos tan mentirosos y descarados, a mí se me haría muy cuesta arriba el simple hecho de salir a la calle a dar un paseo.
Piensen, por ejemplo, en la de Cospedal. ¿Qué habrán pensado al escucharle que no es verdad que hayan cerrado los servicios de urgencias nocturnos de ningún lugar, sino que han cerrado los servicios de urgencias a partir de las ocho de algunas poblaciones muy pequeñas? Declaraciones como esta me recuerdan a esos alumnos a los que les llamas la atención por estar despistados y charlando con el compañero durante una explicación, y te contestan que no, que ellos no estaban hablando, tan solo preguntándole una cosa al compañero. Y que por supuesto estaban atentísimos. A mí, esas sutilezas del lenguaje confieso que se me escapan. Menos mal que hay en esta tierra personas más cabales y decentes que usan el castellano para hablar claro y transparente. “Aquí te pones malo después de las ocho y que te den los santolios. Te da una miaja de apechusque y la roscas”, explicó una señora de Honrubia por la tele. Bien orgullosos pueden sentirse sus allegados y amigos de ella. Si uno fuese sobrino de esa mujer, estaría contándolo a los cuatro vientos. Ahora, pariente de un político, eso debe de ser un tormento.
Porque no se trata solo de la mentira descarada. Para disgusto de madres, padres, hermanos y demás familia, resulta también muy feo lo mal que se tratan entre sí. No me refiero a las ásperas disputas con los miembros del partido contrario, que esas se suponen y no dejan de ser como un teatrillo guiñolesco y monótono. Me refiero al modo en que se relacionan con sus compañeros. Vean si no lo que acaba de acontecer con el caso del señor Bárcenas, al que todos sus conmilitones defendieron con entusiasmo hace muy poco tiempo y al que hoy ninguno quiere ver a su lado. Se apartan de él como si estuviese gafo, y aunque era su tesorero, niegan y reniegan que todo ese turbio asunto de los millones suizos tenga nada que ver con ellos y su partido. Ponían sus manos en el fuego por ese hombre como ahora las ponen por otros, hacían votos por que se demostrase rápido y pronto su inocencia, denunciaban conspiraciones, hablaban de calumnias… Y hoy, solo unos meses después, se comportan como caníbales y piden a los jueces que actúen con el máximo rigor, y que hagan caer sobre ese hombre todo el peso de la ley…
Tampoco debe de ser fácil de tragar que, tras ver cada día cómo uno de ellos es denunciado por meter la mano en la hucha de todos, salgan ahora varios a decir que la corrupción, esa sangría de dinero público, a quienes de verdad perjudica e indigna no es a los ciudadanos, no, sino a ellos mismos, que son todos muy honrados. Honrados, por lo que se ve cada día, a la manera de Lance Amstrong, que se pasó años afirmando su inocencia, diciendo que eran falsas las acusaciones que se le hacían, y que ahora, cuando ya le han demostrado todo, confiesa que se ha dopado regularmente a lo largo de su carrera. Aunque, a la manera de los políticos, no se disculpa. Resulta que eso era común en el pelotón, así que, como todos lo hacían, pues no quiso él ser menos… Pobrecita la madre de ese corredor…
Esto sobre la corrupción y los políticos indignados lo dijo el otro día la señá Aguirre, que, tras abandonar las filas de esta casta, se ha desmelenado con una serie de declaraciones que habrían obligado a sus padres a desheredarla. Por ejemplo, ahora que se ha ido ha descubierto que la política debe ser un servicio público y que no debería nadie eternizarse en ningún cargo. Lo cual, dicho por alguien que ha estado en el centro del poder más de veinte años, es, cuando menos, sonrojante.
Dice el señor Rajoy, que como ustedes saben es un señor lacónico que no acostumbra a decir nada, un señor que se limita a contemplar cómo suceden las cosas como quien ve pasar las aguas de un río desde un puente, dice este hombre que la mayoría de los políticos que él conoce son gentes que solo trabajan por el bien público y son el colmo de la decencia y la honradez. ¿Se referirá al señor Matas, al que en su día puso como ejemplo de buen gobierno? ¿O al señor Baltar, ese cacique bueno, al que tantas veces se ha abrazado? Me imagino a la tías del presidente en Sanxenjo escondiéndose bajo las faldas de la mesa camilla tras escuchar a su sobrino en la radio, o incluso encerrándose sofocadísimas en el hórreo, entre las panoyas de maíz.
Yo, si mi hijo fuese político, cada vez que me reuniese con él tendría mucho cuidado de hablar únicamente de asuntos intrascendentes, por ejemplo del tiempo o de fútbol, y, por supuesto, me encargaría de guardar, antes de su llegada, toda la plata de los aparadores.
Qué lástima me dan esas madres. Pobrecitas. Me las imagino languideciendo de pena en un rincón, cada día más encogidas tras cada telediario. Ningún bochorno les ahorran esos hijos suyos. Me las imagino en ese rincón preguntándose llenas de angustia: ¿qué hicimos mal?, mientras una lágrima, flor de su dolor, se abre camino por su hundida mejilla.
Está claro, o hablamos de las madres con la consabida media sonrisa de conmiseración, o vamos a terminar un poquito alterados y quizá un pelín violentos. Pero un pelín nada más.
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