En Mercadona, al único de la familia que conocen es a mí. Yo creo que piensan que soy soltero y glotón, pues siempre voy solo y sin embargo compro comida para tres.
A mí, en Mercadona yo creo que me ven como a un bicho raro. El día que A. me encarga compresas sobre todo. Antes de salir de casa, me apunta exactamente lo que quiere en un papel, con caligrafía primorosa, y me lleva de la mano hasta el armario del baño donde guarda ese tipo de artículos, y me los enseña como maestra de escuela, procurando que fije en mi memoria forma, color y mil detalles que me ayuden a reconocer el encargo.
Bien. Pues a pesar de todas esas precauciones, siempre me equivoco. Con o sin alas, maxi, mini o regular, compack o no compack... La cantidad de combinaciones que manejan estos productos es superior a mis capacidades intelectuales en particular y a mis fuerzas en general, y siempre termino por aturullarme y elegir lo que no es...
Luego llego a casa y, claro, no paso el examen de la maestra que, tras sorprenderse de la dureza de mi mollera y de lo refractario que me muestro ante lecciones tan simples y sencillas -eso dice ella-, nos manda a la recuperación, esto es, de vuelta al supermercado a hacer el cambio y arreglar el desaguisado.
Naturalmente, paso allí un mal rato. Primero me planto frente a las estanterías de las compresas -tan coloristas que parecen un cuadro moderno - y paso en ese lugar largos minutos cavilando, tratando de discernir entre esa explosión cromática los datos que llevo apuntados en el papel. Y cuando ya al fin he tomado una decisión, en la caja, como casi siempre me olvido de recoger el tique, tengo que escuchar más o menos lo que sigue:
- ¡Eh, señor!
-¿Me dice a mí? - no me acabo de acostumbrar a que me dirijan semejante vocativo, aunque he de confesar que no me molesta, sobre todo porque siempre te pueden llamar cosas mucho peores.
-Se olvida usted el tique y a lo mejor se ha vuelto a equivocar... Que las mujeres somos muy delicadas...
Pero he encontrado una solución para evitar estas enojosas situaciones. Ya no necesitaré notas manuscritas ni visitas al armario del baño, que como cuento aquí no me han servido para nada. He pensado que a partir de ahora cogeré el móvil y le sacaré una foto a esos paquetes de colores. Se la mandaré a A. por el guasa, que diría mi padre, y cuando ella me haya dado el visto bueno, le podré decir a la cajera que el tique se lo puede quedar y guardar donde ella estime oportuno. Y así, con esta industria, me evitaré todas esas humillaciones. Ea.
Bien. Pues a pesar de todas esas precauciones, siempre me equivoco. Con o sin alas, maxi, mini o regular, compack o no compack... La cantidad de combinaciones que manejan estos productos es superior a mis capacidades intelectuales en particular y a mis fuerzas en general, y siempre termino por aturullarme y elegir lo que no es...
Luego llego a casa y, claro, no paso el examen de la maestra que, tras sorprenderse de la dureza de mi mollera y de lo refractario que me muestro ante lecciones tan simples y sencillas -eso dice ella-, nos manda a la recuperación, esto es, de vuelta al supermercado a hacer el cambio y arreglar el desaguisado.
Naturalmente, paso allí un mal rato. Primero me planto frente a las estanterías de las compresas -tan coloristas que parecen un cuadro moderno - y paso en ese lugar largos minutos cavilando, tratando de discernir entre esa explosión cromática los datos que llevo apuntados en el papel. Y cuando ya al fin he tomado una decisión, en la caja, como casi siempre me olvido de recoger el tique, tengo que escuchar más o menos lo que sigue:
- ¡Eh, señor!
-¿Me dice a mí? - no me acabo de acostumbrar a que me dirijan semejante vocativo, aunque he de confesar que no me molesta, sobre todo porque siempre te pueden llamar cosas mucho peores.
-Se olvida usted el tique y a lo mejor se ha vuelto a equivocar... Que las mujeres somos muy delicadas...
Pero he encontrado una solución para evitar estas enojosas situaciones. Ya no necesitaré notas manuscritas ni visitas al armario del baño, que como cuento aquí no me han servido para nada. He pensado que a partir de ahora cogeré el móvil y le sacaré una foto a esos paquetes de colores. Se la mandaré a A. por el guasa, que diría mi padre, y cuando ella me haya dado el visto bueno, le podré decir a la cajera que el tique se lo puede quedar y guardar donde ella estime oportuno. Y así, con esta industria, me evitaré todas esas humillaciones. Ea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario