Cuando ocurre una tragedia tan enorme e inexplicable como la del viernes, enseguida nacen eslóganes bienintencionados y voluntariosos con los que tratamos de solidarizarnos con las víctimas. "Todos somos Charlie", se gritaba hace ocho meses, o "Todos somos neoyorquinos", cuando lo de las Torres Gemelas. A mí, debo confesarlo, siempre me han dado un poco de pudor esa clase de declaraciones. Lamenté con todo mi alma aquellas muertes, pero no me llegué a sentir un neoyorquino, ni tampoco un dibujante satírico.
Sin embargo, el viernes por la tarde, a la misma hora en que comenzaba en París la tragedia, esos asesinatos sin cuento, nosotros estábamos en Albacete haciendo exactamente lo mismo que las víctimas. El viernes por la tarde, a la misma hora en que comenzaban los tiroteos, salíamos de un bar, A., P., mi sobrina C., mi cuñada L. Salíamos de tomar una cerveza, un vino, una coca cola, una fanta... Solo eso. Antes habíamos pasado P. y yo por la librería, y nos habíamos comprado un tebeo precioso, Otoño de Jon MacNaught, que es una melancólica celebración de la vida. Lo mismo que salir un viernes a tomarse un vino o una cerveza, una coca cola o una fanta. Si en lugar de ser Albacete hubiera sido París; si en lugar de ser la calle Collado Piña o Albarderos, hubiesen sido el bulevar Voltaire o el Faubourg du Temple; si hubiesen sido esos lugares, entonces sí, esta vez sí habríamos podido ser nosotros... De manera que en esta ocasión bien podemos decir, sin pudor alguno, que sí, que nos sentimos parisinos. No solo por lo que amamos esa ciudad, sino porque somos exactamente como ellos.
PD. Justo después de escribir esta entrada, leímos ESTO en el periódico...
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