En París hemos estado una vez, en un hotel a los pies de Montmartre, y antes muchas más, en las páginas de muchos libros, en las melodías de muchas canciones, en las imágenes del cine.
Por París nos han servido de guía Balzac, Simenon, Azorín, Solana, Gómez de la Serna, Pla, Bryce Echenique, Cortázar, Modiano...También Trenet, Brassens, Brel, Benjamín Biolay, Zaz... Y en la juventud, más que ningún otro, Truffaut, al que tanto queremos. En realidad, los queremos mucho a todos.
Cuando estuvimos en aquel hotel, sin embargo, solo llevamos encima un plano del metro y una pequeña libreta con los consejos de todos esos amigos. Para entonces, uno ya amaba París. Pero fue en aquel viaje cuando me rendí definitivamente. Uno ama París sobre todas las ciudades que conoce. No hemos viajado mucho, pero entre aviones, trenes, lecturas, películas y canciones, conocemos bien unos cuantos lugares. Londres, Roma, Lisboa, Amán, Venecia, Edimburgo, Florencia... -donde tuvimos hotel-. Y Nueva York, Berlín, Amsterdam, Oporto, Buenos Aires... -donde no nos hizo falta-. En todos esos sitios nos habríamos quedado a vivir. Pero si nos diesen a elegir, nosotros nos quedamos, sin duda, con París.
Tengo hablado con A. que, cuando uno llegue a los cincuenta, el único regalo que quiero es que me lleve de nuevo allí. Los dos solos. Y que nos dediquemos a pasear, por el Marais, por los bulevares, por el Barrio Latino, por la Plaza Dauphine. Que vayamos al parque Monceau, donde el 22 de octubre de 1797 aterrizó André Jacques Garnerin después de lanzarse desde un globo con un rudimentario paracaídas y ante un público que no daba un duro por él. Que caminemos despreocupadaos por los Campos Elíseos, por la rue de Rivoli, por el Jardín de Luxemburgo. Que bajemos, cogidos del brazo, por la rue Lepic, a visitar a Stendhal en el cementerio de Montmartre. Que nos sentemos un buen rato en la Plaza de los Vosgos, a ver pasar la gente... Que volvamos a ese hotel de aquella vez, a los pies de Montmartre, y pidamos la misma habitación, en lo más alto, para volver a ver los tejados de París. Yo me iría ahora mismo, pero me temo que tendré que esperar a cumplir los cincuenta. No falta tanto.
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