martes, 20 de noviembre de 2012

Intercambio epistolar



De tarde en tarde, encuentro en internet algún libro largamente buscado. Entonces, si no es muy caro y los gastos de envío son razonables, lo pido. Da mucho gusto ir luego a recogerlo a correos, volver a casa con el sobre acolchado o el paquete y abrirlo lentamente en el estudio, paladeando de antemano el placer de su lectura.  Algunas de esas veces, resulta que el libro se encuentra en una ciudad donde tiene uno familia o amigos. Entonces los llamo y se lo encargo a ellos. Esto último me ha pasado varias veces con J.A., que en los últimos años y por razones académicas, ha vivido en Málaga, en Bilbao y en Granada. Ahora está en Logroño. Pues bien, hace una semana descubrí que en una librería de esa ciudad tenían uno de esos libros, y se lo encargué. Le consigné título y autor, y le informé de la dirección de la librería, previniéndolo  de que solo abría por las tardes. Ayer me  anunció en un wasap que iba salir a buscarlo. Un par de horas después me escribió este email:

19:49



Está en mi barrio, pero justo a esas calles no había entrado nunca. Son unas calles más estrechas y oscuras, casi con sólo una farola en cada una. Cuando entré a la calle en cuestión de repente estalló un gran jolgorio. Había decenas de niños gitanos jugando con pelotas en medio del asfalto, y dos coches parados pitando porque no podían pasar. También se escuchaba una música y la voz de alguien que hablaba por un micrófono. Al llegar al supuesto número en el que se encontraba la librería había una puerta de cochera entreabierta; me asomé y había un salón enorme lleno de gente gitana sentada en sillas de madera mirando hacia un pequeño altar donde el gitano más gordo gritaba algo sobre Dios al compás de la música. Parecía una misa. Se me acercó un hombre con mala cara y me dijo de muy malas formas "¡Qué buscas?". Yo le dije que la librería, y me contestó "¡Toca en la puerta de aluminio y te abrirán!". Le di las gracias y me trasladé dos pasos para llamar a la puerta que había al lado de la cochera, mientras el gitano me miraba como vigilando desde la entrada de la improvisaba iglesia. Se encendió una luz de dentro y salió otro hombre con unas pintas muy demacradas, era el librero. Le pregunté por el libro y entre refunfuños se puso a buscar diciendo que otra vez llamase por teléfono antes de ir, porque conforme lo tenía todo y la cantidad de libros que había allí no era fácil encontrar uno. Y era verdad, porque de librería tenía poco. Más bien parecía el portal de un edificio lleno de estantes y cajas sin orden. Pero hubo suerte y encontró el libro rápidamente, y además sólo me cobró 10 euros.

Le contesté de inmediato:


20:02


No te quejarás de los encargos que te hago, menuda experiencia. Lo que te toca ahora es hacerte amigo de los gitanos y del librero, y ya tienes dos reportajes impagables. Tú sabes mirar -como lo demuestran tu expresiva descripción y las fotos que sueles hacer-, así que me parece que te he encontrado un filón. Voy a mirar con detenimiento el catálogo de esa "librería" a ver si hay alguna otra cosa que me interese y así puedes volver a esas calles, a esa cochera y a ese portal. Y luego nos lo cuentas .



Lo dicho, que muchas gracias por el mandao y también por la crónica. ¿Me das permiso para que publique tu correo tal cual en el blog? 

Esperando tu respuesta, se despide tu tito que te quiere.

Enrique

P.D. Tu tita se ha reído un montón con tu relato, pero dice que no se te ocurra volver por ahí, que  a lo mejor son todos - los gitanos y el librero- gentes peligrosas.  

Un abrazo

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