jueves, 13 de diciembre de 2012

Un museo en Barranda

Al despertar y descorrer las cortinas, el paisaje era este: una sierra moteda con unos pocos árboles, como pelusas de un jersey raído. Un fondo estupendo para montar en él un belén -continúo con mi obsesión prenavideña-, por ejemplo el belén que vimos en un portal de Caravaca, un belén barroco, abigarrado, con una multitud de figuras diminutas y la modernidad de presentar un belén dentro del belén... ; un pinar racionalista, muy bien plantado; un campo de flores menesterosas y sin nombre -por lo menos nosotros no se lo supimos dar-; un par de caballos que se estaban comiendo esas flores anónimas; un sembrado recién roturado; una caseta tras la que alguien había tendido unas camisetas y varios pares de calcetines; un pequeños depósito de gas, de esos que tienen forma de submarino; una escombrera de yeso; varias naves industriales; un galgo que corría de aquí para allá...

Tras el desayuno nos fuimos a Barranda. Al entrar al pueblo, en realidad una pedanía de Caravaca de no más de novecientas almas, pegado en la pared de una pequeña nave, leímos esto: "Por Barranda, por su luna y por su museo"... ¿La luna de Barranda? ¿Qué le sucederá a la luna de Barranda?, nos preguntamos intrigados. Luego nos enteramos de que le llaman así a un ciclo de conciertos que celebran en el verano cada año... Nos sonó muy bien eso de la Luna de Barranda. Debe ser bien hermoso escuchar acordadas músicas, en el dulce verano, a la luz de esa luna...

El pueblo es un pueblo como cualquiera, sin seña particular alguna: casas bajas, pequeños huertos, calles vacías... Lo más bonito, nos pareció, fue el paseo por el que se entra, flanqueado de plátanos muy gruesos, pintados de blanco... El museo, en cambio, no es un museo cualquiera. Tenía razón el hombre bizco de Caravaca... Es, efectivamente, algo sorprendente, prodigioso y singular... En este país suceden cosas así y, en el lugar más impensado, se encuentra uno maravillas como esta, o como aquel de Villanueva de los Infantes, con sus Barcelós, sus Sauras, sus Tapies, sus Warhols...

Aquí no son cuadros, sino instrumentos musicales, instrumentos de todas los rincones del mundo... El Gu terriblemente grande, que no se puede tocar porque haría cisco las vitrinas; la orquerta donada por el gobierno de Indonesia, que parece la decoración de la fachada de un restaurante chino -esto lo dijo la guía antes de tocar algunos de los platillos y bambués-; fifres francese, llorones mexicanos, pennywhistlers irlandeses y cientos de instrumentos, de cuerda, viento o isófonos, de nombres que no hemos podido retener y que han sido llevados hasta ese lugar en el noroeste de Murcia desde las profundidades del África, desde América, Asia, Australia...

El museo ocupa el lugar de un antiguo molino que fue primero de agua y después, por las sequías, de gasógeno. La guía, una mujer muy documentada y solvente que disimulaba la música de su acento murciano, nos explicó que el museo, hecho con la colección de un particular, no estaba en Barranda por casualidad o capricho. El hecho de que esté allí y no en cualquier capital del mundo, es porque se conservan en ese pueblo tradiciones musicales antiquísimas, de esas que se denomina ancestrales, las raíces de una música popular que están prácticamente desaparecidas en el mundo... En Barranda aún viven con fuerza las cuadrillas de ánimas y aguilanderos, que en las Navidades recorren las casas del pueblo con la pregunta de "¿Se canta o se reza?" Como está viva también, y muy saludable, la actividad de los troveros, y los choques entre estos o entre las cuadrillas... A la entrada del museo se puede ver una galería de imágenes que atestiguan todo esto.



En ese cuarto de entrada, hay también unos objetos fascinantes, que no son otra cosa que inventos del coleccionista. Son inventos como los que industriaba aquel mítico doctor Franz de Copenhague del TBO, construidos con un ingenio prodigioso: maderas, ruedas dentadas, calabazas, agua, calor... Hasta una cuna musical para apaciguar a los bebés.



Salimos del museo silenciosos y maravillados. A una plazuela raquítica con un par de bancos frente a un campo de almendros desnudos. Escuchamos allí un maravilloso concierto, el que tenían organizado, entrelazados, el viento frío de diciembre y las quimas de los árboles desnudos...

Volvimos luego a Caravaca a comer y despedirnos. Sacamos unas fotos a algunos de esos caserones arruinados que nos gustan tanto y, tras cruzar el río Argos (que es hoy un estrechísimo regato), nos fuimos de vuelta a casa...




1 comentario:

  1. no puede existir nada más maravilloso que fabricar máquinas, con nuestras manos, que sirven para producir sonidos, los humanos nos hemos puesto de acuerdo en toda la tierra, esos sonídos nos transportan al mundo de los sueños

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