martes, 29 de octubre de 2013

Larga jornada de huelga

El jueves nos pusimos de huelga. Fue una larga jornada, no exenta de escollos y dificultades.

El primero fue explicarle a P. que él sí iba a ir al instituto. Razonamos con él que la mayoría de sus profesores no la iban a hacer, que la mayoría de sus compañeros tampoco, y que tendría después que recuperar el trabajo que  mandasen. Además, tenía el viernes un examen y el profesor de matemáticas les había dicho que el jueves lo dedicarían a repasar... Le sentó fatal. No lo comprendió. Desde que le explicamos lo que habíamos decidido, estuvo detrás de nosotros intentando hacernos cambiar de opinión, tenaz e implacable. Pero no cedimos... Por la mañana se fue cabizbajo, casi sin despedirse, como si en lugar de al instituto lo estuviésemos mandando al cadalso. "Si hay un piquete, yo me vuelvo", nos avisó. Su madre le había dicho que se llevase la camiseta de la educación pública. "Claro, y pensarán que soy idiota, con la camiseta y sin secundar la huelga"... Así que se llevó la de los Rolling.

Yo creo que lo estamos educando del modo equivocado... No sé.

Luego me fui a Mercadona. Puse a Javier de Torres para despejarme. En le supermercado sonaba el Échame a mi la culpa de lo que pase... Esas canciones me pusieron de buen humor...

Después nos fuimos a la concentración... Había mucha más gente que en otras ocasiones. Estaban allí muchos de mis alumnos de bachillerato, de mi tutoría. Portaban una pancarta, no pequeña y contundentemente reivindicativa. Tenía una falta de ortografía. Se lo hice ver con naturalidad y discreción. A pesar de ello, consentí en sacarme una foto con ellos y la pancarta, eso sí, apuntando con mi dedo índice hacia el error, no se fuese a pensar que lo bendecía...

Estuvimos allí más de una hora, haciendo vida social , saludando a gentes queridas que hacía tiempo que no veíamos y organizando posibles encuentros, comidas, meriendas o cenas... Una agradable combinación de lucha laboral y frívolas conversaciones... Eché en falta, eso sí, un poco más de mala leche, no sé, alguna piedra contra un cristal, un poco de fuego... Uno no tiraría jamás ningún pedrusco, ni se atrevería nunca a quemar nada. En este sentido uno es un poco fanfarrón y muy pusilánime. Pero está educado en las huelgas mineras de los setenta y ochenta, y aquello, claro, te deja una impronta.

Al llegar a casa nos enteramos de que había muerto Manolo Escobar, el pobre, en Benidorm. Sabíamos que vivía en esa ciudad prodigiosa porque el amigo de una amigo nuestro era vecino suyo. De Manolo Escobar y de Miguel Induráin... Lo que no sé es si se encontrarían a la hora del atardecer, al salir a dejar la basura en el contenedor, y echarían una parrafada los tres...

Llegó P. con la misma pesadumbre con la que se había marchado. "Vergüenza, he pasado vergüenza". Al parecer había faltado la mitad de la clase y un par de profesores. La de inglés les había puesto un vídeo y les había dejado salir un cuarto de hora antes... Le prometimos que para la próxima se vendría con nosotros. "¿Y cuándo va a ser?"

De todas maneras, el sentimiento de culpa se nos disolvió cuando por la tarde, en lugar de venir a la manifestación, prefirió irse a su clase de hockey... 

Antes de esa manifestación jugamos nosotros el partido de los jueves. Estamos tremendos. Lo que antes eran dolorosas derrotas semanales, son hoy victorias incontestables. Ganamos una vez más -desde que retomamos la temporada los hemos ganado todos-, seis a dos. De esos seis tantos, metí cuatro, uno de cierto mérito y con intención, el primero, y el resto porque pasaba por allí.  El último fue antológico: un pase alto que me golpeó en un lugar entre la cabeza y el hombro, muy suave pero con tanto efecto que se le escurrió al portero entre las manos cuando lo trataba de recoger  del suelo con toda tranquilidad. Veneno llevaba ese balón así rematado. 

Como la manifestación comenzaba justo al lado del pabellón, me duché y salí a la calle. Me encontré con A. y caminamos lentamente, rodeados de gente, durante casi dos horas. No querría entrar yo en esa guerra de cifras entre sindicatos y gobierno, pero había muchísimos manifestantes. Los más ruidosos eran los alumnos del Conservatorio de Danza, que cantaban y bailaban y hacían sonar las castañuelas incansables. Entre ellos, también un par de alumnos míos a los que tendré que subir la nota... Al final me dolían las piernas lo indecible, probablemente a causa de esos remates improbables que me habían hecho el pichichi de la tarde, y me encontraba tan cansado que me habría quedado dormido en cualquier banco del Altozano...

De vuelta a casa me contó mi amigo E. los líos sentimentales del ministro Wert. Pensaba yo que su pareja era una periodista que sale en todas las tertulias de la televisión, pero no, me sacó de mi error E. Ahora se ha puesto novio con la secretaria de estado de su ministerio, esa mujer que se graba en vídeo diciendo unas majaderías muy miserables y que manda luego esas grabaciones a la tele. Mujer esta que es, me informa mi amigo, nieta de un ministro de los tiempos de Franco... Una heredera.

Al día siguiente, al llegar al instituto, tenía la conserje a Manolo Escobar por todo lo alto... ¡Que viva España! Pues eso.

2 comentarios:

  1. Sírvase, por favor, quitarle la tilde al "qué" no exclamativo del final de la entrada.

    Duele.

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  2. Amigo anónimo y gramático, ya está subsanado el error. Lamento mucho haberle originado dolor alguno, pues lo que busca este blog es todo lo contrario, a saber, que pasemos, el que lo escribe y aquel que tenga la paciencia de entrar y quedarse un momento en él, un buen rato. Solo eso.

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