martes, 23 de septiembre de 2014

ASTURIAS (II)

Mientras mis padres interrogan a P. sobre sus aventuras irlandesas, A. y yo bajamos a encargar unas pizzas al bar que tiene un Elvis de tamaño natural en la entrada. Para hacer más llevadera la espera, nos sentamos a tomar unas cañas en unos taburetes que tienen en la calle, lugar muy entretenido por la cantidad de coches y gentes que pasan por allí.

A los dos segundos de habernos sentado, pasa Marcrina -evitamos aquí la inicial por lo bonito y peculiar del nombre-. Después de los saludos y de preguntarle por su hija, buena amiga nuestra en la adolescencia, me pone al corriente de sus andanzas con mi madre, con la que acude a clase de taichi:

-Cómo nos reímos tu madre y yo. A nuestra edad es lo que nos queda. A veces piénsolo y digoilo a tu madre: ¿reiranse de nosotres tanto como nos reímos nosotres de to el mundo? Porque deberían. No hay mejor manera de tirar palante... Reírse todo lo que podamos... Y nos contó que en su familia siempre han sido muy reidores, y que su madre, que murió con más de noventa años, abandonó este mundo cantando.

Entonces se da cuenta de que son ya casi las nueve de la noche y de que le van a cerrar el supermercado, así que se despide de nosotros y se va corriendo, con una ligereza que desmiente sus ochenta años.




Luego, ya en casa, como no sabía muy bien dónde había dejado las gafas y tardé un rato en encontrarlas, mientras las buscaba se me ocurrieron unos cuantos aforismos:

-Nada mejor que ser miope para no ver las cosas claras.

-Una buena miopía favorece el ejercicio de la imaginación y la fantasía.

-La miopía pude proporcionar grandes satisfacciones. Te impide ver algunas cosas y  en cambio otras te las transforma y embellece de tal modo que da gusto verlas.

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