viernes, 12 de septiembre de 2014

EL MUNDIAL DEL 14

En Úbeda, cada noche salimos a sentarnos a la terraza de algún bar, a beber cerveza y cenar de tapas. Tenemos dos o tres favoritos, pero al que más vamos es al que está más cerca de casa. Esa noche, los dejé a todos instalados en la terraza - el tiempo era ya definitivamente más apacible y dulce-, me metí dentro y me acodé en la barra, frente al televisor. El Brasil-Alemania estaba a punto de comenzar.

Solo vi la primera parte, un asesinato retransmitido en directo para todo el mundo. Cinco tiros, mortales cada uno de ellos, en apenas media hora. No quise asistir a la larga agonía de la segunda parte. Además, los que me rodeaban, apenas media docena de parroquianos, escupían sobre el cadáver brasileño y no daba gustó seguir allí. Yo albergaba sentimientos contrapuestos. "Después de esto, no tendrán más remedio que volver a jugar al fútbol y abandonar el matonismo que han empleado como táctica estos últimos años", me decía. Pero al mismo tiempo me rompía el corazón ver cómo la gente lloraba en las gradas a moco tendido, sus rostros crispados, el desconsuelo de varios infantes... Y a los jugadores daba pena verlos deambular por el campo: "Lo que nos espera el resto de nuestras vidas", parecían estar pensando...

Organizaron este mundial para exorcizar aquel del 50 y se van a llevar un trauma más gordo aún que aquel... Si son sensatos, no organizan otra cosa así en la vida...

Me sumé a la terraza. Cuando nos íbamos, al filo de la medianoche, entré de nuevo en el bar, a ver cómo había concluido la carnicería y si había comenzado ya el entierro... 1-7 consignaba el marcador, en una esquina del televisor. La media docena de clientes guardaba el silencio sombrío de los velatorios.

Tengo para mí que el Mundial del 14 se acabó esa noche.

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