miércoles, 14 de septiembre de 2016

El sueño... La Azohía III

Primeros días de julio. La Azohía, Cartagena

Al día siguiente dimos un paseo por el pueblo, hasta el pequeño puerto que cierra la bahía hacia el este. Estaban retirando unas viejas anclas oxidadas frente a la almadraba. Ya hacía un par de horas que habían vuelto de pescar y no les quedaba mucho por vender. Salen cada día tres o cuatro barcos, los que quedan, muy temprano, un par de millas mar adentro y se detienen allí, un par de horas, con las redes echadas, a ver qué cae. Luego vuelven al puerto y en una pequeña rula venden lo capturado. Lo compran los vecinos y los dueños de los dos o tres restaurantes que hay en el pueblo. Otro par de horas. De manera que hacia las once o doce de la mañana ya tienen poco que hacer y se entretienen con esas cosas, los aparejos, las viejas anclas oxidadas que llevan de un sitio a otro...

Por la noche nos llevó F. a un restaurante debajo de la vieja torre. Comimos pescado en una terraza frente a la bahía. Otra vez las luces sobre el mar, y los suspiros de este al desmayarse en la orilla. Las conversaciones sonaban de un modo parecido, bajas, suaves, arrulladoras... 

Al día siguiente, después de desayunar, nos volvimos para casa. Regresamos melancólicos, pero muy contentos también, enormemente agradecidos por esos días que F. nos había regalado. Y por el descubrimiento de un lugar tan hermoso y apartado, casi fuera del mundo. F. y La Azohía son argumentos para continuar creyendo en la bondad del mundo, en la inteligencia de las personas y los lugares.




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