domingo, 18 de septiembre de 2016

Paréntesis III (Libelo sobre la Feria de Albacete)

7 de septiembre de 2016

Mientras anda uno en sus ensoñaciones estivales, la vida sigue y en esta ciudad ha comenzado la Feria. Diez días en los que las buenas gentes de este pueblo son las personas más felices del mundo. O eso dicen. 

A mí esto me parece muy bien. Estoy a favor de que la gente sea feliz. De la Feria no. La Feria no me gusta nada. Por varias razones.

La primera porque parece obligatorio que te tenga que gustar. Aquí se considera una herejía que no sea así.
Que la Feria no te guste no se puede decir. Hace años, cuando era uno más joven e ingenuo -más aún que ahora-, se nos ocurrió declarar un par de veces nuestro desacuerdo.

Se produjeron dos clases de reacciones. La primera achacaba ese rechazo mío a que no soy de aquí. Pobre, pensaban. Reducían la causa de mi disgusto a un asunto racial, relacionado con la genética, con el ADN de uno, que tenía que estar, por haber nacido en lejanas y extrañas tierras, algo abollado y por ello se mostraba ciego a las maravillas de la Feria. Solo eso podía explicar que no me gustase. 

La segunda, que podríamos llamar reacción siciliana, consisitía en apartarme a un lado y aconsejarme, con un murmullo ronco, que no era conveniente ir diciendo esas cosas por ahí, que las buenas gentes podrían molestarse y que para qué incomodarlas, ¿verdad?...

Y es que sucede que las buenas gentes de este pueblo creen muy seriamente, tan solemnemente que hasta serían capaces de jurarlo sobre la Biblia, que la Feria de Albacete es la mejor Feria del Mundo. Así, con mayúsculas.

Por ejemplo, este año el alcalde ha ido llevando la contabilidad de las personas que han pasado por el recinto ferial. Los primeros cinco días, nos anunció en los medios, ya lo había hecho un millón de personas; dos días después, millón y medio. Cómo los cuenta este alcalde, eso yo no lo sé. Seguramente tendrá subido a algún funcionario municipal -tal vez al mismísimo secretario del ayuntamiento- a la noria - probablemente también la más alta y grande del mundo- y  los irá contando desde tan encumbrado lugar. El caso es que la Feria de Albacete vendría a ser la Rocco Siffredi de las ferias de este mundo. Y eso, al parecer, es un galardón y un enorme motivo de orgullo. Un orgullo de un millón y medio de personas. Lo dicho, la mejor y la más grande...

Esta acumulación de gente es otro de los motivos de que nos guste tan poco la Feria. Nosotros preferimos los sitios más tranquilos y oreados. ¿El resto de las razones? Pues la Feria no nos gusta  por los codazos y los pisotones, por los ruidos y las músicas estridentes, por la suciedad de las calles, por los coches subidos a las aceras, por la comida escasa, cara y mala, por los jóvenes borrachos, por las atracciones absurdas, por los horarios descabalados, por los toros en la radio... Y por los que van vestidos de flamencos  en mitad de La Mancha, por los políticos que la visitan con regularidad para adular al pueblo, por las gambas en platos de plástico, las cervezas en vasos de plástico, el jamón en platos de plástico... Por un hombre que se disfraza de Mickey Mouse con luces en los ojos y que les alarga globos de diferentes formas y colores a los niños... Y sobre todo por el rincón de los mojitos, un lugar que yo creo que es una puerta a una cuarta dimensión. A todas horas hay allí gentes ensimismadas, enajenadas, saltando y gritando con un mojito fluorescente en la mano. Emana de ese rincón una luz rara y prodigiosa. Un halo sobrenatural. Físcamente es imposible traspasar ese lugar, y de quien lo ha intentado no se ha vuelto a saber. 

Por todas estas cosas y alguna más que se me estará olvidando, a mí la Feria no me gusta y no me da la gana ir. Ea.



17 de septiembre de 2016

Por fin ha terminado. Porque no hay Feria que cien años dure.

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