A todas horas cruzan el cielo gris de mi pueblo los helicópteros de la policía. Vigilan que los mineros no corten, un día más, la autovía con sus barricadas. A la puerta de una sidrería, un hombre que está de charla con un par de amigos a la sombra del toldo, al escuchar el zumbido del motor de uno de esos helicópteros se acerca al bordillo y lo amenaza con el puño en alto. "¡Hijos de puta!", masculla con el vaso de sidra en una mano y la otra cerrada y arriba. Luego, como si se hubiese asomada a la carretera solo a escupir, baja la mano y regresa a su conversación como si tal cosa.
Aquí el tiempo es caprichoso y muy cambiante y el sol administra sus apariciones con usura. De manera que cuando un día sale este sobre el cielo, espantando nubes y borrascas durante más de tres o cuatro horas, la gente corre hacia las playas sin perder un segundo. Como hoy. Por eso en el supermercado, cuando estoy recogiendo las bolsas de la compra, la cajera saluda con familiaridad al hombre que me sigue en la cola y le pregunta:
-Con el día que salió hoy, ¿qué haces por aquí?, ¿cómo es que no estás en la playa, hombre?
-Ya, tienes razón, pero es que tengo que ir a Nicolasa, que entra a encerrarse un sobrino y hay que ir a apoyar y dar ánimos...
Noticia leída en La Nueva España una de las primeras semanas de julio: "Un feriante de la Semana Negra muerde a una mujer en el tren de la bruja" (Titular).
"La denunciante asegura que fue agredida por un trabajador vestido de payaso cuando intentaba quitarle la escoba para ganar un viaje gratis" (Entradilla).
Ea.
Ea.
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