Citábamos ayer a nuestro amigo P.L. a propósito de las liebres que la gente lleva. Cuando quedamos a comer, siempre acaba contándonos un buen montón de historias ejemplares.
Hace una semana tuvimos una de estas comidas. Cuando nos estábamos despidiendo en la calle Ancha nos hizo fijarnos nuestro amigo en un rótulo que luce en lo alto de un antiguo edificio restaurado:"Welcome Rosa", se puede leer allí en grandes letras metálicas. Habremos pasado por esa calle cientos de veces, pero jamás habíamos reparado en ese aviso. P.L. nos lo interpretó. Al parecer, ese edificio lo compró, en los años de la prosperidad inmobiliaria, un constructor de este pueblo y, en lugar de derribarlo, que es lo que era costumbre, para levantar en el solar un bloque de viviendas, lo rehabilitó e hizo de él la sede de su empresa. Y tan orgulloso quedó de esa obra filantrópica que decidió que los siglos guardasen memoria suya y de su cosmopolitismo y puso ese letrero en lo alto, con su nombre, que también es el de la empresa: Bienvenido Rosa, se llama ese constructor, o sea, Welcome Rosa que diría uno de fuera...
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