jueves, 24 de abril de 2014

Breve guía de una Semana Santa sin procesiones (casi) III

En mi pueblo no hay cofradías que procesionen y tan solo se asiste en estos días a los oficios, normalmente al atardecer. En la infancia esa salida nos emocionaba porque el resto del día era de una aburrimiento ceniciento y abrumador. Todo estaba cerrado, hasta la mayoría de los bares cerraban, y en la televisión pasaban unas películas tan sombrías sobre la Pasión que nos encogían el alma tan tierna que teníamos entonces. De manera que subir al coche -aquel Seat 600 donde cabíamos los cuatro tan ricamente- y viajar hasta Ablaña -un viaje de unos diez minutos-, nos sacudía la tristeza infinita de aquellos días inacabables, y la llegada lenta de la noche nos aliviaba como una caricia, lo mismo que los sermones de don Antonio, que incluso en fechas tan trágicas sonaban, como siempre, atrabiliarios y extravagantes...

Hoy, con el alma ya muy amojamada, estos días son para nosotros como otros cualquiera. Ya se murió don Antonio, ya no hay Seat 600 y ya no viajamos, al atardecer, a Ablaña... Al atardecer nos quedamos en casa, después de haber pasado todo el santo día por ahí...

Y en la cena, charlamos con mi padre y mi madre, o les escuchamos hablar a ellos:

-Ahora  ya no se reza a las ánimas del purgatorio, con lo hermosa que era esa oración...

-Eso es porque al parecer el purgatorio ha dejado de existir. Vaya, que lo han cerrado, como las minas...

-Pues muy mal asunto, porque, quien más, quien menos, pienso yo que allí pasaría un rato todo el mundo...

-¿Por qué se habrá complicado ahora todo tanto?

-Pues porque a lo mejor todo era mentira...





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