martes, 8 de abril de 2014

Elogio de los libros y los libreros viejos

Ya se fue, el domingo, la feria de libros viejos. Y con ellos, se fueron también los libreros de aspecto patibulario. Se llevaron, pegados a sus espaldas encorvadas, el frío, las mañanas heladas y la lluvia. 

Pues bien, a pesar del sol y de las temperaturas veraniegas que nos han dejado a cambio, esta marcha nos ha puesto tan melancólicos como cuando, de críos, levantaba su caravana aquel circo que venía una vez al año a nuestro pueblo.

De los días que ha pasado aquí, solo la hemos visitado tres veces. Distraídos en otros afanes, apenas nos hemos acercado hasta sus casetas. Sin embargo, el hecho de saber que estaban allí nos hacía andar más contentos y ligeros. Aunque anduviésemos en otra esquina de la ciudad, recordar que paraban en ella ese montón de libros viejos y esos libreros de aspecto fiero, tan solo eso nos proporcionaba abrigo y compañía.

Años atrás, la visitábamos un rato cada día, y cada día volvíamos con tres o cuatro libros que creíamos haber rescatado del arroyo de los libros viejos, huérfanos y desahuciados... A final de la feria, cuando hacíamos el arqueo de lo salvado, juntábamos quince o viente tomos que colocábamos en las estanterías con la esperanza de poder llegar a leerlos algún día. La mayoría, sin embargo, del mismo modo que llegaron, acabaron por irse.

Entonces, como pasábamos tanto tiempo allí, veíamos y escuchábamos todo clase de historias. Reconocíamos a los bibliófilos locales, que andaban entre las castas desasosegados, revolviendo rimeros con manos sudorosas; a los coleccionistas de asuntos raros; a los hombres mayores que buscaban completar, al fin, su colección de tebeos con un número largos años deseado. También a los libreros, los mismos cada año, barbados y cojos ellos, como bucaneros; dulces, encogidas y tristes ellas. Y a los libros también los reconocíamos a casi todos porque eran todos los años más o menos los mismos, un poco más viejos cada vez, más polvorientos, más descuajados, de feria en feria... Un poco lo mismo que les sucedía a los libreros y las libreras, a los coleccionistas y a los bibliófilos y, ay, también a nosotros mismos... 

A veces escuchábamos cosas prodigiosas, como aquella ocasión en la que dos jóvenes muchachas se acercaron con timidez a un puesto y le preguntaron al librero, un hombre hosco con el aspecto de un filibustero, que si tenía "El coloquio de los perros". El librero les contestó -nunca lo olvidaré- que libros de animales él no tenía ninguno, que preguntasen en otra caseta...

Ahora, sin embargo, voy poco y compro menos - libro que no has de leer, déjalo correr-. Este año, solo tres: "Doña Perfecta", "Un hombre que se parecía a Orestes" y el último día y casi por casualidad, "El perfecto pescador de caña", del apacible Izaak Walton, con prólogo de Unamuno. Piezas escogidas...

Se ha ido la feria de libros y parece haberse llevado con ella el invierno... Nosotros nos quedamos entonces un poco sombríos, consolándonos con los tres libros que nos ha dejado entre las manos y esas tres tardes que pasamos en ella...



No hay comentarios:

Publicar un comentario