lunes, 12 de diciembre de 2016

Verano en Asturias 2016 (Domingo en la playa)

Llegamos temprano, después de comprar el pan y el periódico en Posada. Nubes y claros. Poca gente aún. Al pasar por Niembro, el mismo caballo viudo del verano pasado, en el mismo lugar, al borde de la carretera, donde solía pasar el día al lado de su compañera.

En la playa, a esa hora tan temprana, no había aún demasiada gente. Mientras leíamos el periódico comenzó a llenarse. De repente, nos vimos rodeados por todas partes. Cercados por toallas ajenas, sombrillas, sillas plegables.

Conseguimos romper el asedio y llegar hasta la orilla. Nos dimos un baño. Donde no había nadie. El cielo cada vez se veía más limpio y la playa cada vez más llena. Como en este rincón del mundo el tiempo es muy incierto, la gente no se fía, y se pasa la mañana asomada a la ventana, por ver si al fin sale el sol y pueden irse al arenal, a tostarse. Se ve que ya habían decidido, la mayoría, que sí.

En una esquina de ese cielo cada vez más azul, un trozo de luna muy blanca. Un poco como el sello del otro día, pero menos antiguo, menos apergaminado, algo menos misterioso. Agolpadas en el Cuera, quedaban todavía algunas nubes y jirones también muy blancos. Parecían chiquillos que no se atreviesen a acercarse al agua. Yo contemplaba todo esto desde allí, lejos del gentío, aristocrático y solo, dejándome mecer por las olas, que eran suaves y arrulladoras.

Cuando la playa se llenó hasta límites difíciles de soportar, nos fuimos a casa.


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