martes, 6 de diciembre de 2016

Verano en Asturias 2016 (El clima)

Albacete, 5 de diciembre

Lleva lloviendo sin parar tres o cuatro días. Y la ciudad está preciosa, sobre todo cuando ya se ha hecho de noche, a eso de las seis de la tarde. Maquillada por las luces de las farolas y los semáforos, que les sacan unos brillos acharolados y brillantes al asfalto. Esta ciudad, tan fea la pobre, aparece estos días bien hermosa. Y fue esta lluvia la que me trajo el recuerdo de otra, la del verano, allá en Palacio...

Palacio, 30 de julio

Las nubes ha ido bajando lentamente, hasta cubrir las montañas. Todo el paisaje ha acabado por desaparecer tras la bruma. Como si se hubiese dormido.

Después de comer fui yo el que se quedó roque, un libro abierto en el regazo. Me arrullaba el murmullo de una lluvia menuda, que también me hacía cosquillas, muy suaves, en los pies desnudos...

Me despertó como un arrastrar de muebles en el piso de arriba. Era un trueno. Llovía ahora con más fuerza y no se veía más allá del manzano y las hortensias. Continuaron rodando los truenos, más roncos y más cerca. Una verdadera mudanza. De niños nos decían, para que no nos asustásemos, que aquellos estruendos eran cosa de los ángeles, que jugaban a los bolos allá en lo alto. Sin embargo, yo no recuerdo haberme asustado nunca por una tormenta. Mi madre sí. Mi madre les tenía un gran miedo a rayos y truenos, y apagaba todas las luces de la casa, y desenchufaba los electrodomésticos, incluido el televisor, a pesar de nuestras protestas, y se quedaba en la entrada de la casa, sola y de pie, a oscuras, lejos de las ventanas. Tal era el miedo de mi madre a las tormentas, que de joven, en Ablaña, hasta llegó a meterse dentro de un armario y tardaron bastante en encontrarla.

Nos calzamos y continuamos leyendo. Días como estos a nosotros nos ponen del mejor humor. Amamos los días grises y lluviosos. Y si es en el verano cuando cae esa lluvia y sale, en julio o en agosto, un día semejante, más lo celebramos si cabe. Porque tenemos más tiempo para dejar pasar las horas mirando por la ventana cómo cae esa lluvia, cómo brilla el asfalto de la carretera, lustrosa como unos zapatos nuevos, y cómo se recoge el paisaje, y se melancoliza. Nos gusta entonces quedarnos así, dentro de la casa, con un libro, leyendo al ritmo de la lluvia, que va escandiendo las sílabas de los versos. Y levantamos la vista a cada rato de las páginas de ese libro, y nos quedamos mirando la acuarela que se va formando en los cristales de la ventana.

Palacio, 31 de julio

Continúa lloviendo. Una lluvia suave y menuda como una caricia. Subo al coche y voy a echar gasolina -las gotas repican sobre la chapa del coche su eterna melodía-. Luego voy a Posada a por el pan y los periódicos. Apenas hay nadie por la calle, ni me cruzo con otros coches. Las montañas permanecen ocultas, dormidas aún. 

La panadera me cuenta que ha estado lloviendo toda la noche. "Sin parar", dice con tristeza. En el quiosco, la misma conversación. Se muestran todos muy apenados. Yo disimulo, y cabeceo pesaroso, disimulando hipócrita que les acompaño en el sentimiento. 

Aquí la lluvia es uno de los grandes temas de conversación. Casi siempre para denostarla, sobre todo en verano. Como si se tratase de un pariente molesto y enfadoso.  A mí, sin embargo, ya queda dicho, la lluvia que cae me cae de maravilla.

Volvemos a casa sin cruzarnos de nuevo con nadie. Al pasar al lado de la Venta los Probres suenan otra vez los truenos. Pero no, que esta vez sí que se trata de unos ángeles -coloradotes, disimulando su condición angelical bajo unas camisetas amarillas unos, azules otros, con el nombre de una ferretería de Posada los primeros, los segundos con el de un supermercado local- que juegan a los bolos.





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