martes, 8 de enero de 2013

Crónica navideña II

Nochebuena

"El que ponga la noche al oído, como quien pone una caracola para escuchar el océano, ese escuchará músicas y palabras que quedaron, eternamente, en el aire".

Álvaro Cunqueiro




Es costumbre nuestra de largos años despedir cada uno de estos, y recibir los nuevos que van llegando, entre las páginas de este escritor maravilloso.


El bar

Cuentan que se murió X. El día de Navidad. De muerte repentina. Se levantó a mear y cayó desplomado en el cuarto de baño. Era, al parecer, un hombre extraño. Al bar ya no lo dejaban entrar porque distraía las propinas que dejaban los parroquianos en las mesas o el mostrador. Contrariado, desde que lo expulsaron les meaba en la puerta en cuanto se descuidaban.





El periódico

"Las monjas benedictinas del monasterio de San Pelayo anunciaron el sábado la llegada de la Navidad cantando la calenda (...), una tradición medieval que se perdió en muchas comunidades tras el Concilio Vativano II. En Oviedo, las Pelayas continúan manteniendo encendida esta llama. Las monjas que abrazan la regla de San Benito fueron enumerando, siguiendo una melodía latina y con toda la solemnidad, los hitos históricos más importantes desde la Creación hasta el nacimiento de Cristo. La calenda es muy sencilla y se interpreta en lo que en el gregoriano se denomina tono "de lecciones". Cuando la solista que interpretó la calenda -en este caso la madre abadesa, Rosario del Camino Fernández Miranda- llegó al momento en que narró el nacimiento de Jesús en Belén, la melodía cambió, subió una cuarta y durante unos minutos solo sonó música de órgano. Ese fue el momento de mayor recogimiento y silencio en el templo. El canto de la calenda fue seguido por un gran número de fieles que llenaron la capilla del monasterio, la mayoría de ellos miembros de familias que cada año acuden a este acto navideño".

A. Fidalgo, La Nueva España







Gijón

Tarde en Gijón. Al salir de Mieres, subiendo hacia San  Tirso, una luz limpia y feliz, como hecha de azúcar y miel, se derramaba golosa sobre el paisaje. "Parece la comarca de El Hobbit", comentó P. mirando por la ventanilla...

Íbamos a Gijón a ver el mar y a mi prima M.J. Íbamos por gusto y porque tenía esta unas viejas postales para mi madre que había encontrado en casa de la suya. Eran unas postales de 1957, que enviaron mis padres en su viaje de novios: una desde Santander y otra de Portugalete, las dos coloreadas, y una más en blanco y negro, de Toledo, del puente de Alcántara. Había otra, esta del 51, enviada a mi madre por un tal Antonio desde Valencia. Mi madre, por más que la apretamos, no recuerda quién puedo haber sido ese Antonio que tan cortésmente la saluda.






Visitamos luego una exposición de fotos de García-Alix, en el Antiguo Instituto, titulada "Patria querida". Había varias bien hermosas, pero la mayoría podrían estar tomadas en cualquier otra parte del mundo.







Después pasamos por una confitería que nos recomendó mi prima, La Fé, con la tilde muy claramente puesta desde hace muchos años. A mí me pareció muy bien esa tilde, porque una fe sin ella parece menos fe, y es cosa que debería mirar la Academia...

Y ya dimos un paseo por El Muro. Las olas, incontables como las naves aqueas que cantó Homero, desembarcaban una y otra vez sobre la arena...



De vuelta a casa paramos en Santianes, para nosotros algo así como esa comarca tolkiana. Recobramos allí las conversaciones del verano, continuándolas como si agosto fuese ayer.

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