martes, 29 de enero de 2013

Para qué sirven los charcos

Nos habló de él, una tarde de diciembre en Oviedo, nuestro amigo H. Y nos dejó, generoso, dos de sus libros... Se llama Tomás Sánchez Santiago y nunca habíamos oído su nombre. Pero ahora que acabamos de leer "Para qué sirven los charcos", un libro suyo de anotaciones breves, de brevedades que diría Bioy, y que tanto nos gustan, ya no lo vamos a olvidar.

Y si leer un libro es una manera de conversación diferida con su autor, en esta ocasión ha sido también como charlar un rato con H., por los subrayados que tiene hechos en su ejemplar, muchos de los cuales también los he señalado yo en la libreta que llevo conmigo.


Algunos son pequeños recuerdos:

"Acostumbraba yo a acompañar a mi abuelo materno a su barbería -cuando a las barberías se iba los miércoles y los sábados- a afeitarse y hablar de toros. Un día el maestro barbero me preguntó si ya sabía leer. Debí de decirle que sí y entonces me escribió sobre un papel unos extraños signos grandes: "¿Qué pone ahí?", me decía burlón mientras hacía la barba a mi abuelo. Yo miraba aquellas letras extravagantes sin comprender nada. Al cabo de un rato, me dijo que mirase el espejo de luna con el papel sostenido entre las manos. Entonces, por arte de magia aquellas letras se hicieron legibles. Que yo recuerde fue la primera vez que me fascinó la palabra escrita".

Aforismos: 

"La personalidad es la degeneración de la inocencia".

"En realidad, siempre se mira por primera vez".

O este otro que desdice al anterior (también nos gusta por eso):

"Lo visible, de tan visto, se hace invisible ya, así que la oscuridad no es cosa de la luz sino de la cualidad más difícil de cuidar: la atención..."

O como una greguería:

"Los cuadros torcidos, ¿son ellos los que nos están observando a nosotros?"

Una estampa expresionista:

"A esta gabardina talar, de amplio faldón, repartido en el vuelo exagerado de sus dos hojas, tal vez deba el prestigio de una sombra excesiva en las paredes de las tapias, camino de casa bajo noches de lluvias que me hablaban".

Un manifiesto libertario:

"¡Pero que nunca esté todo en su sitio, todo en su hora: que se empañe el espejo; que se atrase el reloj!"

Un par de  confesiones:

"Nunca me ha importado demasiado fregar porque es otra manera de estar de espaldas al mundo".

"Desde la cama, el ruido nocturno de la lluvia vuelve a hacerme pequeño".

Un ensayo literario:

"Definitivamente, sólo hay dos tipos de escritores que se corresponden con dos tipos de lectores: quienes escriben (leen) para salvar el tiempo; quienes escriben (leen) para matarlo".

Un libro precioso.


(Foto tomada de cultura.rtvcyl.es)


No hay comentarios:

Publicar un comentario