viernes, 25 de enero de 2013

El lector

A mí, esos artículos de los jueves, uno al mes, me dan bastantes satisfacciones. La primera, el rato que pasamos ocupados en componerlos, que suele ser muy agradable. Además, como no nos pagan ni un céntimo por ellos, escribimos de lo que nos da la gana: de un viaje, de un libro que nos gustó mucho, de un paseo que dimos el otro día... Y luego, los que podríamos llamar artículos políticos nos sirven como purgantes de la bilis negra que nos provocan estos gobernantes nuestros. Destilamos esos malos humores en ellos tan ricamente, como una terapia... Estos, que son ahora los más frecuentes, los hacemos casi siempre en clave humorística, cargando un poco la mano con la ironía, como plato muy especiado, porque si no fuese así irían preñados de palabras muy gruesas, y eso, en letra impresa, queda muy feo... Después de escribirlos quedamos como nuevos. 

A parte de esto, cada uno de esos jueves viene casi siempre un amigo a alabárnoslos, y  pasa puntual V. por el departamento, asoma ligeramente la cabeza tras la puerta y con una mirada socarrona nos hace, una vez al mes, la misma profecía:

-Un día te van a meter preso...
-Ya, pero si me hacen eso, tú me irás a ver a la cárcel, ¿verdad?
-Por supuesto...

Hace unos años me llamó una gloria literaria local, antiguo gobernador de la provincia de Alicante, para decirme que le gustaban las cosas que uno escribía... Fue una llamada generosa y amabilísima que agradecí lo indecible. Y la dueña del bar de la esquina me llamó un día para decirme que se había reído mucho con uno que titulamos "La pesadilla"... Casi le doy un abrazo a esa buena mujer. 

La única incomodidad que me han dado la tuve hace años cuando no sacaban la foto de los columnistas. Me encontré entonces en la calle con  E., un novelista local. Venía indignado, me dijo. Y me relató el motivo. Le habían pedido del periódico que escribiese una columna a la semana. Pactaron una cantidad. Y ahora, cuando apenas llevaba publicados tres o cuatro, le habían dicho que lo de pagárselos no iba a ser posible... "Claro -clamaba el novelista-, como aquí la gente escribe gratis, y estas cosas no se valoran en absoluto, pues esta gente abusa...". Yo le di la razón porque la llevaba, y porque él no sabía que ese tal Antuña con el que firmó era yo. Mientras él se indignaba una y otra vez, yo cabeceaba con fuerza, solidario, acompañándolo en su pesar. A veces me asusta lo cínico que puedo llegar a ser. Luego tuvieron los del periódico la ocurrencia de sacar la foto del articulista, al lado del título. Con el novelista, como era vecino del barrio, me cruzaba a menudo, y nos parábamos para contarnos de nuestras vidas, de sus libros, de las presentaciones...  Sin embargo, de los artículos no hemos vuelto a decirnos nada. Un día me mandó un mensaje al móvil, felicitándome por uno que escribimos sobre la jornada de la tapa... Ahora él ha vuelto a escribir, creo que los miércoles...

Ayer tuve mi segundo disgusto. Fue en la sala de espera del dentista. Estaba yo con P. esperando para que le hiciesen una revisión. P. leía en el Fotogramas un reportaje sobre El Hobbit, y yo estaba ensimismado con mi reader. Entró un hombre. Dio las buenas tardes muy educadamente, se sentó y cogió el periódico del día. Al rato, me di cuenta de que me miraba con cierta fijeza. Miraba al periódico y luego a mí. Así un par de veces. Caí entonces en la cuenta de que era jueves, y que estaría en el periódico el artículo que subí aquí ayer... Y me puse un poco nervioso. Perdí la concentración. Sabía que el hombre estaba leyendo nuestro artículo. Me sentí un poco raro. Bastante incómodo. "¿Le estará gustando?", pensaba. Muy disimuladamente, lo miraba por el rabillo del ojo. El hombre estaba muy serio y no dejaba escapar un solo gesto en el que poder interpretar si lo que estaba leyendo era de su agrado o no... Estaba yo entre estas congojas, cuando de pronto pasó la hoja con fuerza, provocando un chasquido en el papel que sonó como un tortazo. Yo creo que ni lo había terminado... Y eso, fíjate la tontería,  me amargó durante un rato. Quince minutos, calculo yo...



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