miércoles, 27 de febrero de 2013

Memorias líquidas

Como de todos los libros de Enric González, de este también podría decirse que es un librito. Hecho como quien no quiere la cosa, sin pretensiones de ninguna clase. Solo la de contar honesta y ordenadamente unos hechos, en este caso no sus años de corresponsalía en Londres, Nueva York o Roma, sino su vida laboral, el modo en que comenzó a trabajar en un periódico y cómo luego ya no lo pudo dejar. Y como con todos los suyos, el librito resulta ser, precisamente por esa falta de ambición y sobre todo gracias al talento de su autor, una pequeña maravilla que se lee de un tirón y nos llena de agradecimiento.




En realidad, exceptuando las tapas, un poco pretenciosas, lo abre uno y ni siquiera parecen las páginas de un libro sino las de esa revista en la que trabaja ahora, tras su salida de El País. Tampoco está editado por ninguan editorial al uso, sino por esa revista, Jot Down, donde publica muy de tarde en tarde alguna columna, alguna entrevista.

Pero se pone uno a leer y ya no lo puede dejar. Entretenidísimo, emocionante, lúcido... Particularmente interesantes son sus reflexiones sobre la tarea del periodista, más necesarias que nunca hoy que la mayoría de ellos no hacen otra cosa que seguir las consignas de sus jefes y enarbolar una bandera, la de este o aquel... Hemos subrayado algunas cosas:

"La legimitad de un periódico radica en su redacción, no en los intereses de sus propietarios".

"No hay que olvidarlo, cada mesa un Vietnam. Hay que resistir, hay que intentarlo siempre. Al periodista le pagan para que haga de periodista. Para lo otro están los jefes".

"Un periodista debe desconfiar siempre, siempre, siempre de los que mandan, porque nunca, nunca, nunca, dicen la verdad".

Qué grandes son los libritos de este hombre, exclama entonces uno.


elmundo.es




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