jueves, 13 de febrero de 2014

Demonios (Cunqueiriana IV)

Uno cree en los demonios porque en casa, desde siempre, se les ha mentado mucho. Mi padre, al que nunca escuché una palabra malsonante, ni tampoco una más alta que otra, acostumbraba, cuando algo salía torcidamente, a cagarse en los demonios. Se cagaba en ellos así, de un modo general, sin entrar en distingos.

Seguramente sea esta la razón de nuestra afición a saber de ellos y a enterarnos de sus variedades y categorías. Por tener una imagen más precisa de aquellos en los que se ciscaba mi padre. Por ello hemos leído estos días, con una sonrisa en la boca, el Diabolicón de Jorge Ordaz. Es un libro divertídisimo y ameno del que se podrían decir muchas cosas buenas, pero nosotros nos vamos a quedar con que a Cunqueiro le habría gustado mucho. 

Se trata de un diccionario de diablos, colocados por riguroso orden jerárquico y alfabético -en primer lugar los superiores y mandamases, luego los intermedio y de oficios y finalmente los menores y del montón- y sobre los que se nos ofrecen toda clase de noticias eruditas y curiosas con una prosa dieciochesca y deliciosa.  

Se podría hacer un libro parecido rebuscando entre las páginas de don Álvaro, que también fue muy aficionado a saber de demonios, trasgos y demás gentes de esta clase, aunque no creo que fuese porque su padre maldijese como el nuestro. Por ejemplo, gracias a él sabemos nosotros de la existencia de Bisodie, un diablo portugués y casanova al que "todas las féminas que trató lo adoraban y lloraban su ausencia, porque de un convento de ellas se había despedido la víspera de la Candelaria por unas horas, y nunca más volvió. A lo mejor, como el demonio Cobillo, anda por París perfumando francesas (...). Sus amigas han insistido en el dulce acento, en la apasionada mirada, en la delicadeza de modales, en el andar pulido, y en que era muy aficionado a regalar espejos, en los que las prójimas se veían mozas. Se comprende que lo llorasen cuando no volvió. Volando se fue por las ramas desnudas de los robles." Y concluye Cunqueiro: "Lo peor del asunto es que la gente de mi tierra, de Entre-Douro-e-Minho y de Traz-os-Montes, creen que con Bisodie se han ido todos los demonios del país. Y no es verdad. Quedaron algunos". 






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