viernes, 2 de noviembre de 2012

Los trabajos del FMI

Nos hemos pasado el mes del octubre enfrascados en la lectura de un libro admirable y mastodóntico. Mil páginas donde se cuenta la historia del mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días... Me lo dejó mi amigo C. y me ha servido también para desarrollar unos bíceps de gimnasio diario, tanto pesa el volumen. Mens sana in corpore sano.



Lo ha escrito, con infinita paciencia, información exahustiva y mucha sabiduría para poner orden y concierto en tan complejo y amplio panorama, el historiador Josep Fontana. La tesis que defiende, incontestable ante la abrumadora cantidad de argumentos de todo tipo que ofrece -argumentos de analogía, de autoridad, de hecho y, sobre todo, de ejemplo-, es que tras la Segunda Guerra Mundial, los EEUU se plantearon dominar el mundo para propagar la doctrina capitalista más radical, las bondades de la libre empresa y el estilo de vida americano, exactamente ese que niega al estado el pan y la sal y deja que las grandes empresas y corporaciones, incluidas las financieras, campen a sus anchas.

Podríamos traer hasta aquí cientos de citas, pero entre todas ellas, hemos querido dejar esta:

Los efectos negativos de los planes de ajuste del FMI y del Banco Mundial sobre las economías africanas parecen ser generales. Un análisis de doce países que recibieron préstamos para el ajuste entre 1980 y 1999 muestra que en siete de ellos se produjo una disminución del crecimiento per cápita (...) Otra consecuencia negativa ha sido la de que "casi todos los casos recientes de colapso en la anarquía vinieron precedidos de una considerable actuación del FMI y del Banco Mundial". Siete de los ocho casos de estados fallidos entre 1977 y 1995 se dieron en países que pasaron buena parte de los diez años anteriores dentro de programas de ajuste del FMI. Unos programas que, podía decirse en 2009, "han dejado al continente peor de lo que estaba treinta años antes".

Bien, pues esos mismos planes de austeridad, ajuste y reforma fiscal, son los que ese mismo organismo pide ahora para Europa. Así que ya sabemos lo que nos espera...






P.D. De este libro y de una novela que leímos este verano habla el artículo que sacamos hoy en el periódico. Aquí debajo lo dejo, por si alguien tuviese tiempo e interés.


El tamaño de los libros

Siente uno gran inclinación por los libros pequeños, esa clase de libros que puedes meter en el bolsillo de la gabardina y salir por ahí con ellos, a dar un paseo o de recados. Los lleva uno allí metidos como a un pájaro en su nido, y aunque lo más probable es que no los saquemos de esa guarida que les hemos buscado, caminamos más seguros sabiéndolos tan cerca de las manos. Suelen ser libros de poesía, o de aforismos, o de artículos. Libros ligeros y leves. Libros que no pesan nada. Como gorriones.

Según el estado de ánimo, unas veces me voy por ahí con unos y otras con otros: si me siento exquisito y británico, saco a pasear el Diario disperso de Manent; si melancólico, el Merlín y familia de Cunqueiro; si simbolista, los Poemas escogidos de Trapiello; si reflexivo y gallego, el Libro de horas de Risco; si llano y natural, los Tres deseos de Amalia Bautista; si métrico y espiritual, El secreto de la felicidad de Miguel D´Ors; si ornitológico, Los pájaros amigos de Sagarra; si vamos a Granada, la Silla del Moro, de García Gómez… Y si se tercia y siempre que puedo, los Puntos suspensivos de Mario Quintana o La vida ondulante de Eder.

Sin embargo, estas últimas semanas me he visto embarcado en la lectura de dos obras mastodónticas y tremendas, dos libros de larguísima eslora y dimensiones abrumadoras. Imposible salir con ellos a vagabundear. Colocados sobre la mesa del salón, cerradas sus tapas y en reposo, mostraban la misma solidez que la de esos milhojas hiperbólicos que venden en las pastelerías de nuestro barrio. “¿Ya estás otra vez con los ladrillos?”, se burlaban los míos cuando me veían abrir con esfuerzo sus páginas. Incluso me propusieron comprarme un facistol, para que pudiese leerlos con más comodidad.

Y es gran lástima que no se los pueda llevar uno por ahí, a pasear y a enseñarlos a las gentes, porque se trata de dos libros indispensables. Uno es un libro de Historia, el otro una novela. Los dos hablan más o menos de lo mismo. El primero es una monografía sobre la historia del mundo desde el fin de la II Guerra Mundial hasta nuestros días. Lo firma Josep Fontana y se titula Por el bien del imperio. Sus casi mil páginas, a pesar de la acumulación de datos y las prolijas explicaciones, se van pasando con ligereza y fluidez. Apenas cuenta nada nuevo este sabio historiador, nada que no se sepa desde hace ya tiempo, pero verlo así reunido, e hilado como un tapiz, hace de este libro una obra necesaria que debería ser de lectura obligada para cualquier ciudadano de este mundo. Sale uno de esas mil páginas con las idas muy claras sobre la naturaleza del poder y los intereses de quienes dirigen el mundo. No es una novela, pero se adivinan en él cientos de ellas, un poco perdidas en el plano general que es esta obra magna.

La novela la firma Dennis Lehane y se titula Un día cualquiera. Aunque no coincide exactamente con las fechas de las que se ocupa el profesor Fontana, se trata igualmente de un relato sobre la naturaleza del poder y los intereses de quienes dirigen el mundo.  Cuenta, a lo largo y ancho de setecientas páginas, la historia del movimiento obrero en Boston, en especial la huelga de policías que se convocó en esa ciudad el 9 de septiembre de 1919 y que desató días de violencia y caos… Trabajaban aquellos policías jornadas interminables y recibían una paga que a duras penas les alcanzaba para comer y que, aquel año, con la subida del precio del carbón, les condenaba a morirse literalmente de frío. Cuenta eso y cientos de cosas más: los atentados anarquistas, las actividades de las mafias, la tragedia de la segregación racial y también una historia de amor. Porque, a diferencia de la Historia, la novela sabe ocuparse no solo de los grandes acontecimientos sino también de los detalles y de las vidas aparentemente insignificantes y minúsculas. Al final, todos los policías que participaron en esa huelga fueron despedidos. Y a los hombres que contrataron para sustituirlos les concedieron todas y cada una de las reivindicaciones que exigían aquellos. Hecho que explica meridianamente cuál es la naturaleza del poder y los intereses de quienes nos dirigen.

Son dos lecturas de esas que te dejan un poco huérfano al terminarlas. Huérfano y pensativo, porque tiene uno la impresión de que muchas de las cosas que se cuentan en ellos pueden volver a repetirse –los salarios miserables, la desprotección social, los abusos…-. El estudio del profesor Fontana podría haberse abierto con estas dos citas de la novela de Lehane: “El enemigo declarado de la política  desde los albores de la humanidad siempre ha sido el mismo: el conocimiento de la verdad”; “La única decisión realista que podía tomar un hombre era si rebelarse contra el sistema y morirse de hambre, o seguirle el juego con tal convicción y tal ardor que al final él personalmente no sería ya víctima de ninguna de sus injusticias”. Y el libro de Lehane con esta frase de Walter Benjamin con la que el profesor Fontana cierra la introducción del suyo: “No se puede esperar nada mientras los destinos más terribles y oscuros, comentados a diario, incluso a cada hora, en los periódicos, analizadas sus causas y consecuencias aparentes, no ayuden a la gente a reconocer los oscuros poderes a los que su vida está sometida”.



1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo contigo, Enrique.
    Yo ahora estoy con una novela, La Herejía se llama; aunque estoy estancada con un capítulo un tanto desagradable que me da cosica empezar. A ver si la química me da un respiro y continúo.
    Saludos.

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