Domingo (S. Carlos Borromeo)
Antes de emprender el viaje de vuelta, muy temprano, que no había nadie por las calles, fui hasta el horno de la esquina a por una buena provisión de ochíos, tortas crujientes y rubios bollos de azúcar... Luego, con esa dulce carga, me alargué a por el periódico. Los domingos el periódico lo leemos de arriba abajo: el artículo de la Lindo, el del Carlin sobre fútbol, el de Soledad Gallego, el del Vicent... Y además todos los reportajes... De esta manera quedamos informados para toda la semana y hasta el domingo siguiente ya no leemos nada, no vemos el telediario, escuchamos la radio poco y distraídamente...
Iba bordeando el parque pensando libremente, modo fluir de conciencia, como novelista moderno. Ya no llovía pero las nubes estaban amenazadoras. Pingaban los árboles y sonaban lejanas campanas. Recordé lo del vidente de M. y las misas. Debe de ser, ese vidente, persona muy religiosa, a lo mejor además de vidente es el diácono de la parroquia de M., imaginé. Luego pensé que si torciese a la izquierda y me dejase llevar cuesta abajo, llegaría a la parte vieja, a esos barrios antiguos, silenciosos y vacíos como un poema simbolista... Tenía Úbeda a mis pies. Y se me agolparon en la cabeza, igual que críos a la salida de un colegio, todas las cosas que habíamos oído en estos pocos días: la gracia y los aparecidos, el tito P. y su miedo a la muerte, los videntes; pero también la casa donde ha estado este mismo fin de semana Muñoz Molina (lo leímos en su blog), la botica donde hacía tertulia Machado... Muy cerca del lugar por el que caminaba la casa donde hace unas semanas un muchacho mató a la chica que pretendía y a dos pasos de esta la librería de nuestra amiga... Razón y locura. De eso está hecho este pueblo, y el mundo todo. De ese par de ingredientes estamos hechos. Eso pensé. Y me aferré con fuerza a la bolsa de los ochíos, las tortas y los bollos de azúcar. Los domingos, camino del periódico, yo me pongo siempre muy trascendente...
Iba bordeando el parque pensando libremente, modo fluir de conciencia, como novelista moderno. Ya no llovía pero las nubes estaban amenazadoras. Pingaban los árboles y sonaban lejanas campanas. Recordé lo del vidente de M. y las misas. Debe de ser, ese vidente, persona muy religiosa, a lo mejor además de vidente es el diácono de la parroquia de M., imaginé. Luego pensé que si torciese a la izquierda y me dejase llevar cuesta abajo, llegaría a la parte vieja, a esos barrios antiguos, silenciosos y vacíos como un poema simbolista... Tenía Úbeda a mis pies. Y se me agolparon en la cabeza, igual que críos a la salida de un colegio, todas las cosas que habíamos oído en estos pocos días: la gracia y los aparecidos, el tito P. y su miedo a la muerte, los videntes; pero también la casa donde ha estado este mismo fin de semana Muñoz Molina (lo leímos en su blog), la botica donde hacía tertulia Machado... Muy cerca del lugar por el que caminaba la casa donde hace unas semanas un muchacho mató a la chica que pretendía y a dos pasos de esta la librería de nuestra amiga... Razón y locura. De eso está hecho este pueblo, y el mundo todo. De ese par de ingredientes estamos hechos. Eso pensé. Y me aferré con fuerza a la bolsa de los ochíos, las tortas y los bollos de azúcar. Los domingos, camino del periódico, yo me pongo siempre muy trascendente...
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